
Análisis
Santiago Carbó
El BCE y la Fed: entre la pausa y el ajuste fino
Análisis
Después de un año y medio de giros en la política monetaria, tanto el Banco Central Europeo (BCE) como la Reserva Federal de Estados Unidos han alcanzado un momento de pausa calculada. En sus reuniones de julio de 2025, ambas instituciones han optado por mantener sin cambios sus tipos de interés, tras haber iniciado ciclos de bajadas en 2024, cuando la inflación comenzó a ceder y los riesgos de recesión se intensificaron. El entorno actual, sin embargo, es más complejo: la inflación ha descendido notablemente, pero aún no se descarta su repunte ante tanta incertidumbre geopolítica. Por su lado, el crecimiento sigue débil, aunque sin entrar en recesión. Y los mercados observan con lupa cada movimiento. En este escenario de señales tan diferentes, los bancos centrales se enfrentan al difícil arte de no hacer demasiado, pero tampoco quedarse cortos.
El BCE dejó inalterado su tipo de depósito en el 2% el pasado 24 de julio tras haberlo bajado en varias fases desde el 4 % alcanzado en 2023. Su presidenta, Christine Lagarde, se mostró prudente en la rueda de prensa, reconociendo los avances en la lucha contra la inflación, pero también la necesidad de consolidar ese logro en un contexto global tan volátil. La inflación general se situó en el 2 % en julio, y la subyacente en el 2,4%, ambos niveles compatibles con el objetivo del BCE, pero no lo suficientemente estables como para asegurar que los problemas de precios han desaparecido por completo. En paralelo, el crecimiento en la Eurozona continúa siendo frágil: el segundo trimestre arrojó un modesto 0,1% trimestral, con un crecimiento algo más robusto en España y Francia pero con Alemania e Italia aún bajo mínimos. Aun así, el BCE no percibe una urgencia evidente para nuevos estímulos. De hecho, varios analistas consideran que el recorte de tipos de diciembre –de producirse– será el último del ciclo, actuando más como un gesto de precaución que como el inicio de una nueva fase expansiva.
En Estados Unidos, por su lado, la situación es parecida en la superficie, aunque con matices importantes. La Fed dejó su tipo de referencia en el 4,25/4,50% la semana pasada, a pesar de las fuertes presiones de la Administración Trump, tras haberlo reducido desde el 5,25/5,50%, a lo largo de 2024 en varias rondas. Jerome Powell, presidente de la Fed, adoptó un tono similar al de Lagarde: reconoció los avances en la moderación de la inflación —aún el 2,7% en junio— pero, para enfado del Presidente Trump, destacó que aún se requiere “confianza suficiente” de que dicha trayectoria se mantendrá. La economía estadounidense ha resistido con notable solidez, especialmente el mercado laboral, que sigue mostrando niveles bajos de paro y creación de empleo neto, aunque a un ritmo más moderado.
En ambos casos, la pausa actual no implica el cierre definitivo del ciclo de flexibilización monetaria, pero sí una etapa de observación y espera. Al parecer, el consenso de analistas actualmente es que el BCE podría realizar un último recorte de 25 puntos básicos en diciembre, especialmente si la inflación muestra signos de debilidad persistente o si el crecimiento se estanca de forma más generalizada en el tercer trimestre. En cuanto a la Fed, en cambio, hay división de opiniones. Con tanta presión política sobre el banco central, algunos opinan que podría bajar una vez (incluso dos veces) los tipos en lo que queda del año. Sin embargo, otros señalan que la Fed parece menos inclinada a actuar antes de final de año, salvo que los datos macroeconómicos den un giro inesperadamente negativo.
Las sucesivas rebajas de los tipos de interés del último año y su actual estabilización tienen ya algunos efectos palpables. En la Eurozona, los hogares y las empresas han comenzado a notar una cierta mejora en las condiciones de financiación, aunque el crédito sigue fluyendo con moderación, especialmente en países como Alemania o Italia, donde la confianza empresarial se mantiene débil. En Estados Unidos, los costes financieros no se han suavizado tanto, lo que está tensionando la relación de la Fed con la Administración Trump. Los mercados financieros han interpretado la pausa como una señal de prudencia más que de cambio de rumbo. Las bolsas de valores se han estabilizado tras meses de volatilidad. Aun así, los inversores permanecen muy sensibles a los datos mensuales de inflación, empleo y crecimiento. Cualquier desviación podría provocar una rápida reconfiguración de expectativas. Existen, además, riesgos latentes. Un repunte inflacionario impulsado por los precios energéticos, un conflicto geopolítico de gran escala o nuevas tensiones comerciales –especialmente entre EE UU y Europa, tras el polémico acuerdo tarifario anunciado a finales de julio– podrían alterar el rumbo. Asimismo, si la actividad económica en Europa se enfría más de lo previsto en otoño, o si el mercado laboral estadounidense comienza a deteriorarse, los bancos centrales podrían verse obligados a reanudar los recortes.
La situación actual es, en definitiva, la de una política monetaria que ha pasado de ser el centro del debate económico a ocupar un segundo plano más técnico y silencioso. Pero su influencia continuará siendo determinante. Ni el BCE ni la Fed quieren precipitarse. Han aprendido de los errores del pasado y prefieren ahora el paso lento y medido. El gran desafío será saber cuándo detenerse sin quedarse cortos, y cuándo actuar sin parecer nerviosos. En un entorno de inflación aún en observación, crecimiento débil y mercados atentos a cada palabra, la política monetaria entra ahora en su fase más delicada: la del ajuste fino, donde cada decisión debe ser quirúrgica y cada pausa, estratégica. Y todo pendiente de los comentarios o posibles decisiones del presidente Trump sobre el jefe de la Fed, Powell, cuyo eventual cese antes de hora podría tener consecuencias imprevisibles.
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