El Poliedro
Tacho Rufino
Inmigrantes queremos
El Poliedro
El asunto caliente de la política española es la inmigración. La controversia debería ser ideológica, pero no deja de ser otra carnaza con la que encarnizarse, en el vicio del “contigo no, bicho” que caracteriza a los que ostentan la inmensa mayoría de los votos, PP y PSOE. Lo nuestro es el frentismo, y de ello se nutren tanto el racismo mal disimulado como el buenismo con pólvora ajena. Españoles votantes que, por no consensuar ni muertos, dejan de ser lo que son, compatriotas. Si a alguien le molesta esa palabra, que es conceptualmente “punto de encuentro”, que se tome algo fresquito, que es lo que pega. Y que se mande a mudar, hermosa expresión canaria. Mira por dónde, de eso van la emigración e inmigración: de mandarse a mudar. De tener que abandonar tu tierra. Y, para más inri, que te quieran echar de tu propio desarraigo por culpa de otros... que son “de los tuyos”. Y por la vesania de otros; españoles en regla. Cada vez más votos para Vox. Gente que idealiza su país en un mundo imperfecto. Que teme, u odia. Y que también tiene sus argumentos. A la vista está.
Digamos dos o tres obviedades. Primera obviedad: necesitamos inmigrantes en España. Por pirámide de población, o sea, por las cuentas del sistema de pensiones; porque muchos trabajos no los queremos los “originarios”; por dinámica económica: por producción y por consumo. Segunda obviedad: no necesitamos cualquier tipo de inmigrante; es más, un inmigrante sin origen trazable no sólo es un melón por calar, sino una caja de bombas. Para las pieles ultrasensibles: los aforismos y refranes existen y los usamos, no nos pongamos a escandalizarnos atados al pie de la letra. “Melones por calar”, “caja de bombas”: asuntos de alto nivel de incertidumbre, ni melón apepinado, ni pepinazos de dinamita. Otra obviedad: hay esclavistas, vaya si los hay.
Gana Vox en todo esto. Las palancas de la inmigración descontrolada y la de los mena son atómicas. Les sobran ira y españolismo rancio a Vox, pero no le faltan razones. Es cuestión de que los pandilleros calientes, desocupados, bastante subsidiados y, en muchos casos, arracimados en grupos de odio y delito estén cada tarde en la plaza donde deberían jugar tus niños (y los suyos). Viví eso; yo, intercambiando amenazantes miradas, ella soportando diarias guarradas en un barrio al lado de su facultad adonde, de alquiler, mi hija fue a estudiar una carrera. La tuve que sacar de allí. Diré una tercera obviedad: hay culturas –diga religión, si prefiere– que son agua y aceite a la hora de lograr el grial de la integración. Que “la Tierra no es de nadie, salvo del viento” fue una soberana gilipollez que soltó un Zapatero en estado pangeísta (o iba trompa, como en el inefable día en el que disertó sobre el universo y el infinito). Una obviedad más: no pueden pagar justos por pecadores. Pero deben pagar los pecadores, o ser mandados de vuelta. ¿Fascista? ¡Venga ya! Algunos acogerían indefinidamente en sus domicilios a inmigrantes en desgracia... mientras que no se les dé el caso, claro). Oblíguense a entenderse los partidos votados por la inmensa mayoría. Es un asunto de Estado primordial.
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