Trump: el Estado era él

El Poliedro

Donald Trump

26 de julio 2025 - 06:10

Suele repelernos ver nuestros defectos en otras personas, como si fueran sólo suyos, y no nuestros. Suele también suceder que acabamos comportándonos como aquellas personas de las que rajamos, y, así, nos convertimos justo en lo que no queremos ser: turistas en rebaños; defraudadores en cuanto la ocasión se presenta, cuando presumimos de probos y sufridos contribuyentes y arreamos estopa a los evasores mediáticos; se nos llena la boca de solidaridad hasta que tenemos la ocasión de practicar la verdadera fraternidad (palabra mucho más bonita y de menor ojana o hipocresía); se nos llena la boca de homofobia, cuando quizá deseamos en nuestra sesera más oculta a los de nuestro mismo sexo; antiestatalistas que no dudan en acudir a la medicina pública a unas malas, sin plantearse nunca pagarse un buen seguro: “¡Para eso pago mis impuestos!”, suelen decir los que contribuyen menos que un camello de esquina.

Antiestatalista se declaró Donald Trump con el DOGE del que Elon Musk salió como un cohete. Y liberal en la economía. Y es todo lo contrario: estatalista (de lo suyo) y antiliberal (arancelario y anti competencia). No sólo se comporta como un destroyer, voluble, carente de consistencia de criterio, tahúr y faltón, sino que es el más profundo de los estatalistas. Hasta el límite de utilizar el Estado para proteger sus intereses personales y los de las élites que le son afectas. Y, al mismo tiempo, castigar a aquellas que no le bailan el agua en su país (no digamos fuera de él, ese es otro cantar). Leí el lunes a Maureen Dowd, columnista del NYT, que “Trump se ha convertido en el Estado Profundo”. Justo aquello de lo que renegaba. Lo ha suplantado desde el poder. Machaca a los periodistas críticos –valga la redundancia–, y se deja pelotear por plumillas de sus Pravda yanquis.

Ha dejado tirados como colillas a sus votantes, que, según Dowd, comienzan a ver que es igual o peor que los que Trump criticaba antes de volver a la Casa Blanca. Tiene un lío gordo con los delitos de proxenetismo con menores que llevaron a Epstein a –según es oficial– suicidarse en la cárcel. Sobre su relación con Epstein en temas de juergas de fornicio en el filo de la navaja ha mentido también como un bellaco y, permitan la gracia, como un verraco. Lo han trincado con el carrito del helado, mensajes y dibujitos, pero dice él “¡Era bromita! ¡Serán tontos!”. Su explosión narcisista no cesa.

Mientras, en un Estado peninsular con algunas islas, al otro lado del Atlántico, la política es igualmente mentirosa y achorizada, como ese tipo de morcilla que lo mismo parece morcilla que chorizo, y paremos ahí los simbolismos. En el pasado gobernante tuvimos a figuras señeras del PP como Bárcenas, Rato, Zaplana. Ahora, el nuevo figura es el confiscador Montoro, que lo mismo arreaba al pobre con inclemencia tributaria que al rico corporativo con puros métodos mafiosos: vaya tabla de náufrago para el PSOE, Cristóbal. EL PSOE huele bastante también a morcilla achorizada, pero de riguroso presente. Alguien se arrancará por Donald. ¡Arsa, las quiero sordas!: “Hagamos España Grande Otra Vez”.

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