Por la gran coalición

El poliedro

Encuentro de Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, el pasado marzo en Moncloa
Encuentro de Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, el pasado marzo en Moncloa / Javier Lizón/EFE

27 de septiembre 2025 - 05:00

Remedaremos el hallazgo de Manuel Clavero Arévalo, pura sensatez. España es un país en el que “hacemos de las tonterías problemas, y de los problemas tonterías”. Somos maestros en el arte de enredarnos en la terminología de una forma infantiloide: "Diga conmigo: ge-no-ci-dio"; de forma que, si eres de izquierdas, llamarás genocidio a la execrable masacre sobre la población civil en la que el Estado de Israel convirtió una guerra a la que se vio abocada; pero si eres de derechas, ya si eso. En la otra esquina del ring, hacemos el pamplina –Ayuso, PP—al fotografiarnos todo contentos con un equipo de Israel en La Vuelta Ciclista a España. Hacemos problemas tontamente –bueno, lo hace Feijóo, “un hombre de tristeza constante”, dice la canción— cuando el líder de la oposición se pasa por el forro de la propaganda al mismísimo jefe de Estado, Felipe VI, porque en un acto somnífero pero obligado como la Apertura del Año Judicial estaba presente el Fiscal General del Estado, llamado a juicio... y de la cuerda del PSOE. “Contigo no, bicho”, se dicen entre ellos los dos partidos, con pedante retórica de hemiciclo o con una fotito perfectamente prescindible o con un plantón al Rey.

Pro-pa-gan-da, que es la publicidad del marketing político. Cándidamente, uno se pregunta por qué no se obligan los grandes depositarios de la voluntad popular; del 70% de los votos de los españolitos, si sumamos sus votos. “Pero, hombre de Dios, ¿está usted majarón?”, podría achacarse a quien entiende que es mejor estar negociando y legislando y pactando cosas útiles antes que estar de puro teatro.

¡Penitenciágite! Aquí es anatema eso que los alemanes hacen por sistema, la llamada Gran Coalición entre socialistas y conservadores a nivel estatal, y mucho más a nivel federal. No les ha ido mal. Les ha ido con orden y concierto. Respetando la voluntad popular. Trabajando el disenso y el consenso, por el bien superior: gobernar. Sin dar cabida a que el país se vea secuestrado por un puñado de votos de los vampirillos de turno, empoderados chantajistas. Aquí, coaligarse para gobernar entre rivales nos desmontaría el odio y el cabildeo intrapartido. Está tirado. Cantaban los Beatles, “tú dices sí, yo digo no; si dices para, yo digo tira, tira, tira, ¡oh no!, tú dices adiós y yo digo hola”. O, según Ockham y su faca, multiplicar las entidades sin necesidad es del género memo. Salvo que la necesidad sea darse de leches entre los más representativos. Sin ti no soy nada. Sin ir contra ti, ¿qué pinto yo?

La política tendría que aprender de las empresas sanas, cuyas alianzas son lógicas. Sí, todo por la rentabilidad, ¿y? ¡Por el interés te quiero, Andrés (hermano de San Pedro, por cierto)! ¿No debe un sistema democrático darlo todo por el trasunto político de la rentabilidad mercantil, que podemos llamar eficiencia, justicia social, pragmatismo, estabilidad, con acuerdos puntuales o del interés general, trabajando que es gerundio en vez de ir de hartible postureo encabronado, que de ideología tiene lo mismo que Trump de rubio, Putin de caritativo, Netanyahu de pacífico?

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