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HEMOS decidido que nuestra moneda sea el euro, que en España se circule por la derecha y que el Congreso tenga 350 diputados. Todo esto y otras muchas cosas son decisiones adoptadas teniendo en cuenta las restricciones de la naturaleza y conscientes de que, para que funcione, se necesita cooperación social. Más controvertida es la explicación de la fidelidad al equipo de fútbol de tu ciudad y todavía más a una determinada ideología, pero en estos y otros casos similares la pertenencia a un grupo estructurado implica la aceptación de un modelo de cooperación.
La relación con la naturaleza se aprecia mejor ampliando la perspectiva. El clima y las distancias en cada lugar los impone la naturaleza, de la misma manera que nuestras capacidades están condicionadas por la física, como la fuerza, o la biología, como el dolor, pero se puede elegir por donde pasan la autovía y el ferrocarril, cuantos impuestos paga cada uno, el crecimiento de las pensiones o los servicios públicos gratuitos al ciudadano. El resultado es un modelo de cooperación social cuyos costes y beneficios se reparten de manera desigual, por lo que ha de ser socialmente aceptado para resultar viable.
Cuando el reparto provoca desigualdad estructural, la sostenibilidad del propio modelo puede entrar en crisis. Evitarlo corresponde a las instituciones públicas y privadas, es decir, al estado en sentido amplio, en el que la cooperación se rige por reglas que, más allá incluso de las leyes, permiten resolver los conflictos de interés o de competencia en los negocios. Vivimos en un mundo inventado, incrustado en una realidad física, en el que la cooperación social es imprescindible para aceptar que a cambio de la entrega de un conjunto de billetes de euro se adquiere el derecho de propiedad, es decir, de uso exclusivo, sobre un bien.
La cooperación no implica necesariamente la intencionalidad colectiva apreciable en las distintas funciones tácticas de cada jugador en un equipo de fútbol. Los distintos equipos compiten con la finalidad de meter más goles que el contrario, pero todos cooperan aceptando las reglas que determinan quien gana el campeonato, incluso cuando las condiciones de partida puedan ser desfavorables.
Cuando la desigualdad estructural da lugar a agravios colectivos, el rechazo de las reglas pone en peligro la sostenibilidad del modelo, de la misma forma que cuando son ignoradas o incumplidas, como sería los casos de la mentira o la corrupción.
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