El caballo negro de Dcoop
Los tres retos a los que se enfrenta el olivar andaluz para preservar el liderazgo mundial frente a nuevos competidores
Dcoop espera hacerse con el 100% de su filial en EEUU en los próximos meses y mantiene su interés por Deoleo
El laboratorio de Dcoop es un hervidero. La campaña de recogida de la aceituna está en pleno apogeo en las faldas de El Torcal y los dueños de las embotelladoras se acercan a la sede de la cooperativa en Antequera para probar los primeros aceites de la cosecha. Hablan con un acento italiano evidente. Antonio Luque hace de anfitrión mientras les explica las bondades del fruto. Los que pasaron antes eran un grupo holandés. Le acompaña en el ritual de la cata José María Horcas. Define los perfiles para cada cliente. “Se nota el verde”, comenta, “el amargor y el picor que viene hacia delante”.
La intensidad del momento se refleja en la bata blanca de Luque. “Se te queda en la punta de la lengua y luego en la garganta”, añade con admiración reafirmando a Horcas mientras sigue degustando y observa en un plato el color del hojiblanco temprano, “está espectacular”. “Cada vez se están sacando aceites mejores. Hace veinte años no se producía algo así”, señala mientras revela en el intercambio con el jefe del panel de catas que no anda aún muy bien con el olfato desde que se contagió de Covid-19.
Fuera llueve. Pasaron los días para producir aceite temprano, el más preciado. En nada se pasará a los más comunes. La cuadrilla que lidera Benito Moras es la mejor de la zona. Lleva tres décadas en las fincas propiedad de la familia de Joaquín Anaya, uno de los principales productores de Dcoop. “El agua de la primavera y de este otoño han sido muy buenas”, señala mientras muestra el tamaño y la tirantez del fruto, que toma un tono morado. La cosecha habría sido mayor de no ser por las temperaturas extremas. Aún así, hay alivio al recordar la sequía.
Dcoop es el mayor productor de aceite del mundo. La facturación anual de la gran cooperativa agroalimentaria andaluza superó los 1.550 millones de euros en el ejercicio 2024. Para el que termina se espera algo similar. Luque prefiere no verla como una empresa aunque la unión de las 75.000 familias propietarias que la integran le permite actuar en el mercado global como un peso pesado. La producción media anual de aceite de oliva ronda las 200.000 toneladas. También es el mayor productor de aceituna de mesa. La cartera de negocio incluye leche de cabra, vino, almendra, pistacho, orujo y acaba de crear una sección de cítricos.
Agua, factor limitante
El presidente de Dcoop juega, literal, en varias mesas a la vez con una cartera tan diversificada. Por la composición, se podría decir que es una réplica al sector agrícola de California. El clima en la comarca de Antequera, además, tiene características similares muy favorables para el desarrollo de estos cultivos, especialmente la aceituna, como en la costa oeste de los EE UU. Joaquín Anaya recuerda que el agua del Guadalhorce les permitió salvar la cosecha durante la última sequía que azotó el campo andaluz. El agua es, de hecho, uno de los dos factores limitantes del olivar andaluz.
Los golpes de calor, como explica Moras, provocan que la planta necesite más de agua para mantenerse. La tecnología puede solucionarlo. “Israel convirtió el desierto en un vergel”, recuerda Luque, “en Andalucía, como no hagamos una buena gestión del agua, se va a convertir el vergel en un desierto”. Marruecos y otros países de la cuenca norteafricana también están transformando zonas semi desérticas en tierras de cultivos. “Si no nos mentalizamos”, augura, “muchos de los cultivos que tenemos aquí estarán en otro sitio”.
Para el consumidor, el agua define el precio que va a pagar por el producto ya embotellado y la calidad. Las fluctuaciones son enormes, incluso dentro de una misma campaña, y eso crea una distorsión. Los agricultores como Anaya asumen que debe producir mejor calidad. La dificultad mayor, coincide con Luque, está en lograr un equilibrio. El aceite de oliva es un producto muy emotivo y una estabilidad en el precio puede ayudar a su vez a eliminar estigmas. “Ni somos tan malos cuando el mercado baja ni tan malos cuando sube”.
El aceite de oliva generó el pasado ejercicio unos 955 millones de euros a Dcoop, lo que equivale a dos tercios de la cifra de negocio anual. La cooperativa, además, participa en la embotelladora Pompeian al 50% a través de la comercializadora Mercaóleo, en alianza con la familia marroquí Devico. La relación con el grupo establecido en Baltimore cumple una década y va camino de lograr el control total. Está considerado como el líder en aceite virgen extra en los Estados Unidos, con una cuota de mercado del 20%.
Es el caballo negro de Dcoop. El consumo de aceite crece con solidez desde hace tres décadas, de las 50.000 toneladas a mediados de los años noventa a superar las 400.000 toneladas. El país representa el 15% del consumo global y está a niveles que se acercan al de Italia, aunque por habitante ronda el litro. La producción local, además, equivale a menos del 2% del consumo. La caída en la producción por la sequía limitó el suministro desde la UE. Eso obligó a los embotelladores a acudir a productores alternativos en Argentina y Turquía. Ahora el quebradero son los aranceles y el dólar.
El grupo Dcoop exporta a más de 75 países por todo el mundo. Las ventas en el exterior le generaron 915 millones de euros en 2024. EE UU es el primer cliente, con un tercio de las ventas. Hacia allí salieron el año pasado 38.600 toneladas de aceite de oliva. Los otros cinco grandes receptores son europeos. La cooperativa de Humilladero, la de Fuente Piedra o incluso la de Antequera, actuando solas no podrían llegar con su aceite a Italia, Francia, Alemania o Reino Unido. Ni mucho menos a China o los EE UU como hacen bajo el paraguas de Dcoop.
Los actores en el mercado del aceite de oliva dan por hecho que EE UU seguirá elevando de forma consistente el consumo y superará a Italia para final de la década como el mayor mercado global por el éxito de las campañas de promoción del Departamento de Agricultura, más allá de la política de proteccionismo comercial de los diferentes inquilinos en la Casa Blanca. “Probablemente no podamos crecer mucho en cuanto a la cuota pero sí contribuir a que sea mucho más grande el mercado”, dice Luque.
Los resultados de Dcoop no incorporan el negocio de Pompeian. El grupo comercializa 50.000 toneladas de aceite al año, lo que le aportaría ya unos 250 millones. Además de la planta industrial en Maryland, opera una segunda en Montebello en California, con lo que cubre el mercado de costa a costa. La compañía originaria en la localidad italiana de Lucca es dueña de las aceiteras Sunset Olive, AMD y Overseas. El grupo explota un olivar que se expande por los condados de Santa Bárbara y San Luis Obispo, que utiliza técnicas de cultivo innovadoras.
“¿Podría en un futuro haber agricultores de la cooperativa en los EE UU?”, se pregunta el presidente de Dcoop imaginando lo que podría ser el germen de una eventual estructura transatlántica, “quizás y diría que eso nos ayudaría a hacer crecer el consumo y vender mejor el producto. A día de hoy, sin embargo, es difícil porque la producción doméstica no llega a las 10.000 toneladas. Tampoco ve una expansión en EE UU del cultivo como para llegar a duplicarla.
“Si el consumo por habitante lo llevamos a dos litros, se podría llegar a las 800.000 toneladas de consumo total y eso es un potencial de crecimiento importante del mercado en EE UU”, estima Luque. El cliente estadounidense tiene margen financiero para pagar precios más altos por el aceite premium, lo que lo hace aún más atractivo. La expansión de la producción en España sería suficiente para atender la demanda vía exportación a granel. Pompeian se encargaría después de comercializarlo. Una parte cada mayor es de producto envasado.
Mecanización
Aquí entra en juego el segundo factor limitante, junto al agua, del olivar andaluz en su expansión internacional: la mecanización. “A eso es a lo que vamos”, reconoce Anaya mientras conduce su todoterreno por la calle que forman los setos de arbequino. Plantó la mata en marzo y ocho meses después llegan a la altura de la ventana. Saca la mano, agarra una mata, acerca la cabeza y respira hondo. En seis años serán plenamente productivos, cuando alcancen los dos metros.
La mecanización es un proceso imparable y los productos californianos llevan años de ventaja. La finca de Anaya se dedica principalmente a la producción con métodos tradicionales. Los árboles que se quedan viejos los sustituyen con variedades que rinden mejor en intensivo y superintensivo. Incluso cambia cultivos tradicionales en la comarca como el trigo, patata, ajos o tabaco, porque la rentabilidad es mínima y solo se sustentan con las ayudas de Bruselas
“No todas las variedades de olivo sirven”, señala el propietario del cortijo El Canal. La idónea para la producción superintensiva es el olivo arbequino, muy duro y resistente. El hojiblanco cae más fácil de la rama con una vibración pequeña. Pero si es batido por una máquina en la recolección, le salen heridas y enferma. “Lo destrozas”, explica, “porque la cosechadora es una auténtica paliza”.
Saca la calculadora tras oler los setos y hace cálculos. En una hectárea le entran 285 olivos en intensivo. En superintensivo, son 1.600 olivos. Cada uno de estos árboles llega a producir 15 kilos de aceituna con un rendimiento del 20%. “Estamos hablando de 4.800 kilos de aceite por hectárea”. Y luego está el factor de la mano de obra. La cogida con cosechadora le cuesta cinco céntimos el kilo. En intensivo, con máquina y paraguas, diez céntimos. El tradicional puede llegar hasta treinta céntimos, casi tres veces más.
La recolección es la etapa más exigente del proceso. Durará hasta mediados de enero. La cuadrilla que trabaja los hojiblanca la integran siete temporeros. Achraf es de Rabat, Marruecos. Jostin de Guayaquil, Ecuador. Se encargan de varear las ramas. El hijo de Anaya maneja con destreza la máquina vibradora que agita los árboles por la base del tronco para facilitar que las aceitunas caigan sobre la malla. Hace 320 cogidas al día desde que empezó la campaña a final de septiembre. Las primeras prensas van mayormente a exportación.
El olivar tradicional representa más de tres cuartas partes de la producción. Hay pequeños propietarios que, sin embargo, consideran que es la mejor forma de conservar la calidad y el paisaje. También por el uso del agua. Anaya entiende la preocupación en zonas con problemas de riego. Aunque explica que las tierras de regadío con cultivo hortícola gastan tres veces más agua que el superintensivo.
El papel de Europa
Luque añade un tercer factor de lastre para el sector olivarero, que lo ve incluso como una cuestión estratégica. “Europa tiene que plantearse si quiere ser autosuficiente en alimentación. ¿Se va a producir aquí o la vamos a tener que comprar a otros países?”. La regulación de Bruselas es de enorme complejidad para las familias y hace que sus cultivos sean menos viables, porque eleva los costes de producción. “Luego además se permite la entrada de productos de países terceros con una exigencias fitosanitaria, sociales y medio ambientales más laxas”.
El presidente de Dcoop tiene claro que la península ibérica es imbatible como productor de aceite de oliva si se afrontan estos retos. El riesgo, si no, es que los mismos empresarios españoles decidan irse a Marruecos, Chile o Argentina a producir. Incluso California, si los inversores hacen cuentas y ven que pueden replicar el éxito de la almendra o los cítricos. “No nos podemos dormir en los laureles”, advierte, “si el precio del aceite se mantiene a un nivel estructural muy alto, bastan diez años para que le vean sentido económico y habrá que decir a los agricultores que se dediquen a otra cosa”.
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