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En el corazón del Aljarafe sevillano, Bodegas Salado, una de las casas vinícolas con mayor trayectoria de la provincia, ha iniciado un proceso de transformación estratégica para hacer frente al retroceso estructural en las ventas de mosto, producto estrella de la comarca durante décadas.
La compañía, con más de dos siglos de historia y seis generaciones a sus espaldas, ha diseñado una hoja de ruta centrada en la diversificación de productos, la apertura al enoturismo de alto nivel y la internacionalización. Al frente del cambio se encuentra Francisco Salado, CEO de la bodega desde 2020. Con solo 33 años, este joven emprendedor lidera un relevo generacional con visión empresarial, combinando el respeto por el legado familiar con la necesidad de adaptación a un entorno cada vez más competitivo. "El modelo del mosto ha tocado techo. Mantenemos nuestras raíces, pero necesitamos abrir nuevas puertas", asegura Salado a El Conciso.
La nueva estrategia se apoya en varios pilares. En primer lugar, la reconversión de las instalaciones históricas en un espacio polivalente, capaz de albergar congresos, celebraciones y eventos de alto nivel, en colaboración con los principales caterings nacionales. Esta línea de negocio ya ha comenzado a generar ingresos adicionales, atrayendo a un público con mayor poder adquisitivo y conocimiento enológico.
En paralelo, la bodega ha comenzado a exportar vinos elaborados con Garrido Fino, variedad autóctona del Aljarafe, a mercados como Suiza, la costa este de Estados Unidos y Florida. Con ello, busca situar el vino sevillano en las cartas de la alta gastronomía internacional, dotando de identidad propia a una denominación no siempre bien posicionada en el mercado global.
Este giro empresarial llega en un contexto especialmente adverso para el sector vinícola andaluz. La caída del consumo de vino tradicional, unida al impacto del cambio climático -con campañas cada vez más imprevisibles por olas de calor y sequías-, y a la presión fiscal sobre los pequeños productores, está dejando un reguero de bodegas familiares sin relevo o absorbidas por grandes grupos inversores.
Frente a este panorama, el caso de Bodegas Salado destaca como ejemplo de resiliencia e innovación en el entorno rural. Su modelo no solo busca garantizar la viabilidad de la empresa, sino que aspirar a activar la economía local a través de alianzas con hoteles y restaurantes del entorno, prologando la estancia media del visitante y generando valor añadido en el destino.
Desde sus inicios en el siglo XIX, cuando Ramón Salado, fundador de la bodega, cultivaba viñas como medio de subsistencia, la bodega ha demostrado una notable capacidad de adaptación. Hoy, esa tradición empresarial se proyecta hacia el futuro con una apuesta decidida por la calidad, la identidad territorial y la economía circular.
Si la nueva etapa se consolida, el proyecto que lidera Francisco Salado podría convertirse en una referencia para otras bodegas andaluzas que enfrentan retos similares: diversificar, internacionalizar y convertir el vino en más que un producto, en una experiencia y motor económico del territorio.
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