José Luis Manzanares Japón (Ayesa): "Yo no me fiaría de un puente calculado con Inteligencia Artificial"
El Ministerio de Transportes concede el Premio Nacional de Ingeniería Civil 2025 al fundador y presidente honorífico de esta multinacional, que usó su profesión y su empresa como palanca para el desarrollo de su tierra
El negocio de Ayesa supera los 700 millones en 2023 y aumenta su empleo hasta 13.200 trabajadores

El ingeniero sevillano José Luis Manzanares Japón (Sevilla, 1941) participó hace casi 60 años en la creación de Ayesa, una empresa que se ha convertido en una multinacional con casi mil millones de ingresos, 14.000 empleados y presencia en 23 países, lo que la sitúa entre las cinco primeras compañías de servicios digitales de España, entre las cincuenta mayores ingenierías del mundo y es una de las diez principales de Latinoamérica. Tras cinco décadas en las docencia (catedrático de Estructuras de la Escuela del Arquitectura de Sevilla) y en el sector dejando su impronta, el Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible le ha concedido el Premio Nacional de Ingeniería civil 2025, en reconocimiento a su extensa y extraordinaria trayectoria profesional.
-En 2021 el Ayuntamiento rotuló una calle con su nombre junto a la Escuela de Ingenieros y ahora el Ministerio de Transportes le otorga un premio nacional.
-¡Qué buena glorieta! Eso de que nadie es profeta en su tierra no es verdad. Yo he sido profeta en mi tierra.
-Usted es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Hubo un tiempo en que los ingenieros de Caminos eran 'pata negra' dentro de la profesión.
-Era así en aquella época. Mi padre era perito industrial, soñaba con que su hijo fuera ingeniero industrial y esa era mi intención. Pero el primero de mi clase en el colegio San Francisco de Paula me dijo que iba a estudiar Ingeniería de Caminos y le dije que eso era un rollo porque eso era sólo cemento, tierra, carreteras... que no era tan divertido como proyectar un coche. Entonces él me contestó que era verdad, pero que a Caminos iban los más inteligentes de España porque era la carrera más difícil que había. Y yo le dije: ¿Tú me vas a mojar a mí la oreja? Así elegí yo ser ingeniero de Caminos. Estudié la carrera con beca porque la empresa en la que trabajaba mi padre quebró el año que me mandó a estudiar a Madrid. Yo veía en las películas que todo el mundo estaba muy desarrollado, mientras que en mi barrio de Triana eran patentes los efectos de la postguerra, las cartillas de racionamiento, había basura por todos sitios... Vi que aquello había que cambiarlo de alguna manera. En la Escuela de Madrid aprendí que el ingeniero de Caminos es el que cambia el territorio para lograr el desarrollo y eso me lo tomé como una especie de cruzada para venir a mi tierra y cambiar las cosas.
-¿Cree que lo ha conseguido?
-He hecho lo que podido (sonríe).
-¿Cómo fueron los inicios de su carrera?
-Nada más acabar la carrera empecé a trabajar en la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) y estuve casi dos años en la presa de Iznájar. El entonces director de la CHG, José María Rodríguez Gabás, se jubiló y quería fundar una empresa con 70 años para no aburrirse. Nadie quería irse con él porque pensaban que con esa edad no tenía futuro, menos yo, que fui el único que levanté la mano porque pensé que era una oportunidad de oro para crear una oficina de proyectos en Sevilla. Me dijo que la empresa iba a ser de aguas y yo le contesté que estaba especializado en estructuras. Me dijo: Pues la llamamos Agua y Estructuras S.A. (Ayesa). Así nació Ayesa. Cuando se creó Ayesa yo era 'el' empleado porque al principio sólo tenía un trabajador. Entonces yo tenía 25 años y era un novatillo.

-¿Hubo un tiempo en que Ayesa fue propiedad de Abengoa?
-Sí, Ayesa fue propiedad de Abengoa entre 1981 y 1987. Cuando el dueño de la empresa Ayesa murió, las acciones las compró Abengoa y se hizo dueña de la compañía. Un día fui a ver a Javier Benjumea Puigcerver (fundador de Abengoa) y le dije que no era una buena idea porque había intereses cruzados, ya que Ayesa tenía que dirigir obras que construía Abengoa, y creía que eran trabajos que debían ser independientes. Javier Benjumea, que era un tío muy listo y tenía vocación del desarrollo de Andalucía, le pareció que yo llevaba razón y me propuso venderme las acciones. Le propuse pagarlas poco a poco. Me dijo que sí y me pidió que le ayudara a que Focus fuera un legado de Abengoa, de modo que le busqué el arquitecto y dirigí la obra de remodelación del Hospital de los Venerables Sacerdotes de Sevilla (sede de Focus). Así que para mí Javier Benjumea es otro padre.
-¿Llevaba usted el germen del emprendimiento en las venas?
-No como negocio pero sí como herramienta para desarrollar mi tierra, como palanca de cambio.
-Ha trabaja dado como ingeniero, docente universitario, empresario y escritor ¿En cuál de esas facetas le ha dado más satisfacciones?
-No separaría la vida por facetas. Yo he disfrutado mucho en la vida con todo lo que he hecho porque todo me ha salido bien. Siempre he dicho que la providencia juega en mi equipo. He tenido siempre un apoyo celestial tremendo para que todo me saliera bien. Me hice docente por necesidad, ya que al principio Ayesa iba fatal y a veces no cobraba el sueldo. Como tenía tres hijos entonces, tuve que buscarme las habichuelas en algún lado. Me ficharon en la Escuela Superior de Arquitectura de Sevilla para dar clases. A mí la arquitectura me atraía porque veía que los ingenieros eran demasiado anónimos, salvo cuando haces un puente muy emblemático, y los arquitectos eran más protagonistas. Hice oposiciones a catedrático y las saqué, todo ello trabajando también en Ayesa. Mi mujer me ayudó muchísimo porque me dijo que ella se encargaba de los niños mientras yo estudiaba y trabajaba. Pero yo he sido un ingeniero extraño porque aprendí de los arquitectos la importancia del paisaje y el afán de poner tu nombre pegado a la obra porque le da más valor y a la profesión.
La obra de la que me siento más orgulloso es el Puente del Cachorro porque mejoró la imagen de la Sevilla urbana en esa zona y evitó que Triana se inundara""
-¿De qué obra se siente más orgulloso?
-Sin lugar a dudas, del Puente del Cachorro, en Sevilla, porque yo veía inundarse cada año Triana con las riadas y las barcas llegaban a mi casa. Mi padre me llevaba a ver cómo unos burros echaban tierra para defender a Sevilla de las riadas. Pensaba que aquello no era digno de la ciudad pero que no había más remedio para acabar con las inundaciones. Ese puente ha mejorado la imagen de la Sevilla urbana en esa zona, que ya es digna de estar al lado de la Torre del Oro o la Giralda, y ha logrado que Triana no se inunde más porque tiene una defensa. Que esa obra la haya hecho yo es la satisfacción de una vocación que nació siendo yo un niño.
-¿Cuántos puentes más le faltan a Sevilla?
-No me puedo pronunciar porque ya no vivo el urbanismo de Sevilla como años atrás. Lo que no haría es la pasarela peatonal frente al complejo Vera porque va de ningún sitio a ningún sitio y además ya existe el puente de San Telmo. Me gusta invertir en sitios donde haga falta. Esa pasarela es un golpe de imagen más que otra cosa.
-Al concederle el premio, el Ministerio de Transportes y Movilidad ha destacado su extensa y extraordinaria trayectoria profesional en los campos del agua y la ingeniería estructural. ¿Hacen falta con urgencia más presas, embalses, sistemas de riego y plantas de tratamiento para asegurar el abastecimiento ante el cambio climático?
-Si queremos desarrollar el mundo, no cabe duda. Pero el cambio climático no nos debe asustar porque el clima cambia por sistema. En el siglo IX, Groenlandia era una tierra verde. En el siglo XIX hubo una pequeña edad de hielo y el Támesis estuvo helado todo el año durante décadas. Lo que tenemos que hacer es adaptarnos y defendernos frente a los cambios del clima.
-¿Cree que terminaremos bebiendo aguas residuales debidamente tratadas, como ya ocurre en Israel, Singapur o California? Del inodoro al grifo, en otras palabras.
-Puede pasar pero con el clima que tenemos en España, que nos permite guardar el agua en los años en los que hay exceso, sería innecesario.
-En cuanto a infraestructuras terrestres ¿qué hemos hecho mal para que el transporte ferroviario se esté convirtiendo en una pesadilla en España?
-Es un tema de gestión.
-Las ingenierías han anunciado que denunciarán a la empresa estatal Ineco en Bruselas por competencia desleal.
-Hay países donde parte de la ingeniería de sus obras la hacen empresas estatales, como Francia. Allí no se quejan. Es una fórmula totalmente lícita. Yo, como estoy en el sector privado, pues chillaré y levantaré la mano porque los que damos de comer a la gente somos las empresas privadas.
Yo quería hacer Puerto Triana, una especie de Puerto Banús al lado del puente del Cachorro, de forma que los turistas fueran en barco hasta allí. Me hubiera gustado hacerlo porque era convertir el río Guadalquivir en un eje de negocio"
-¿Qué papel juega el ingeniero en este momento?
-La población mundial se está disparando y hay que darle de comer, de beber... El papel de los ingenieros es responder a las necesidades que tiene la humanidad. Por otra parte, la figura del ingeniero está cuestionada porque parece que es un agresor de la naturaleza porque la transforma mucho con obras. Pero eso no es verdad porque el ingeniero es el cirujano de la tierra. Nadie le riñe a un cirujano porque abra una herida porque lo hace para curar, mejorar y después restaurar. Lo que tenemos que hacer los ingenieros es ejecutar las obras necesarias para el desarrollo respetando y protegiendo los ecosistemas.
-¿Qué opina de los criterios de sostenibilidad?
-La sostenibilidad quedó claro en la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible (CMDS) de 2002 que se celebró en Johannesburgo, donde se dijo 'hagamos un mundo en el que los nietos de las personas de países subdesarrollados vivan tan bien como nuestros nietos'. Se ha olvidado de ese porque sólo se piensa en que son intocables los ecosistemas de los países desarrollados. Hay un egoísmo del país desarrollado para que no se toque la tierra, que es dañino para la humanidad entera.
-¿Cuestiona entonces las políticas de sostenibilidad actuales?
-La sostenibilidad de la cumbre de Johannesburgo la defiendo a muerte, que vela por el medio ambiente, el desarrollo y la mejora social también de los países más pobres. Esa es la sostenibilidad que yo creo que hay que defender.
-Las ingenierías son hoy contenedores de servicios, que van desde la ingeniería 4.0, consultoría, cloud, data & IA, ciberseguridad, operaciones de negocio...
-Las ingenierías se han digitalizado y, en ese sentido, Ayesa es pionera. Mi hija Arancha fue la responsable de digitalizar la compañía y fue un éxito. Podemos hacer modelos digitales reproduciendo los fenómenos industriales con un ordenadory de ahí deducir qué obra tienes que hacer.

-¿Sustituirá la Inteligencia Artificial a los ingenieros?
-En algunas cosas sí pero los ingenieros usarán la IA como un instrumento. Eso sí, yo no me fiaría de un puente calculado con Inteligencia Artificial (risas). De hecho, yo soy muy travieso con ChatGPT. El otro día le puse un problema y no dio la respuesta correcta. Con esto de que hay que bombear agua con energía solar, le pregunté que si tenemos 30 metros de altura y un MW de fotovoltaica, qué caudal tengo que bombear. Yo calculé que eran necesarios 3 m3/segundo. ChapGPT contestó 30 m3/segundo. Le dije: ¡Te estás columpiando ChatGPT! Le pregunté la fórmula y comprobé que se había confundido al multiplicar.
-¿Qué le recomendaría a un ingeniero que comienza su carrera? Están muy demandados pero muchos son mileuristas.
-Yo he pasado por ahí. No es que no ganara mil euros, sino que al principio no cobraba de la empresa. Lo que no puede pretender nadie es que alguien que haya acabado la carrera tenga un sistema de retribución que le permita vivir con su piso, su coche... En mi época la vivienda también era prohibitiva y la mayoría estábamos pluriempleados, y nadie se escandalizaba por aquello. Yo compatibilizaba dos trabajos: en la Escuela de Arquitectura y en Ayesa. Acabé la carrera de ingenieros en 1964 y tardé once años en comprar mi primera casa, y fue en un barrio exterior de Sevilla.
-Además de publicaciones científicas y técnicas, ha escrito relatos, ensayos y novelas. Es asutor de varios libros sobre la situación de España: Crónicas de un país que no quería ser pobre, Crónicas de un país que se creía rico, y el Fin de la Crisis ¿Cómo definiría ahora esa crónica de la España actual?
-Por un lado tenemos una España que aún sigue creyéndose rica y, de otro, hay una España que como nos descuidemos nos lleva a la pobreza. Lo que hace falta es que los políticos dejen de pelearse entre sí y se dediquen a construir un país tan maravilloso como tenemos.
-Usted planteó el proyecto Puerto Triana donde ahora está Torre Sevilla ¿Se le quedó esa espinita clavada?
-Yo quería hacer una especie de Puerto Banús al lado del puente del Cachorro, de forma que los turistas fueran en barco hasta allí. Me hubiera gustado hacerlo porque era convertir el río Guadalquivir en un eje de negocio. Urbanismo de Sevilla no quiso porque Alfredo Sánchez Monteseirín soñaba con un gran rascacielos. Como yo no tenía dinero para sacar adelante el proyecto ni quería ser financiero de un gran rascacielos, pues me quité de en medio, aunque al final hicimos la ingeniería de Torre Sevilla.
-¿Sevilla ha sido sido maltratada después de las inversiones millonarias que recibió para la Expo 92?
-A Sevilla se le cambió mucho y pasó de ser una ciudad empobrecida a ser lo que es. Ahora mismo es probablemente el mayor atractivo turístico de España. Yo no la veo maltratada.

"Ayesa ha dejado de ser una empresa familiar"
José María Manzanares participó en1966 en la creación de una empresa líder en ingeniería como es Ayesa. En 2021 vendió casi el 66% de su capital al fondo AMCE, argumentando que había sido un acto de responsabilidad. Cuando se le pregunta si se han cumplido sus expectativas de que Ayesa jugara en la Champion League de las ingenierías gracias a esa operación, contesta sin dudar que sí, aunque ello haya sido a costa de que la familia haya perdido poder en la compañía. "Para mí era duro ceder la mayoría pero tengo más de 80 años y quería que la empresa siguiera creciendo en el mercado internacional cuando yo falte. Una ingeniería que quiera ser líder tiene que estar presente en todo el mundo, donde está todo por hacer. Vendí porque no tenía más remedio. Yo soy el tío pobretón que empezó una empresa sin dinero y hemos ido creciendo con lo que hemos ido ganando. Llegó un momento en que Ayesa tenía que crecer y comprar otras empresas, y yo no tenía dinero. Vendí parte de las acciones a un señor que tenía dinero con la condición de que tenía que multiplicar por dos Ayesa. Así se ha hecho y ha sido un éxito. Ayesa compró Ibermática, Emergya... y la empresa ha pasado de tener 5.000 empleados a 14.000 empleados y a facturar casi mil millones de euros". Admite este ingeniero y escritor que "Ayesa ha dejado de ser una empresa familiar. La empresa familiar está bien cuando estás vendiendo una finca o un producto determinado, pero no cuando estás vendiendo cerebro. No creo en las ingenierías familiares".
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