La mano blanda del poder

Análisis

Joseph Nye.
Joseph Nye. / AFP

16 de junio 2025 - 11:40

El fallecimiento de Joseph Nye, catedrático en Harvard, que ocupó puestos relevantes en la administración y diplomacia norteamericana, nos recuerda su concepto de poder blando, “soft power”, en unos momentos en que se extingue como rasgo de la política del país. Para Nye este poder es la capacidad con que cuenta un gobierno, además de su poder militar y económico, para persuadir a otros en la discusión de asuntos internacionales. Simplificándolo, decía que la caída de la Unión Soviética no se da en una confrontación militar, sino porque a la gente le resultaba mucho más atractivo el sistema de vida y valores norteamericanos y europeos, y a la larga, en esa guerra fría, el régimen soviético y sus satélites tenía todas las de perder. Al poder blando de la democracia y libertades en EEUU le acompañaba, en su mejor momento, la música y el cine, una literatura sin autocensura, la prensa, o la imagen del empresario innovador sin temor al fracaso, y sobre todo universidades e investigación científica abiertas el mundo.

Una alta renta por habitante es sin duda el gran atractivo de un país, y coge fuerza como poder blando si se asocia con unas instituciones democráticas, de libertades, un buen sistema impositivo, y justicia social. Pero en Estados Unidos, la percepción de que sus enormes empresas controlaban la política exterior, y que el sistema no corregía sus desequilibrios, provocando crisis en el resto del mundo, era un contrapunto permanentemente negativo; igual que el dólar, un formidable medio internacional de liquidez, pero también una fuente de inestabilidad para los tipos de cambio y deuda de países emergentes. Se percibía asimismo la debilidad del argumento de oportunidades para todos, y que a las cuatro libertades mantenidas por Roosevelt: de expresión, culto, cobertura de necesidades básicas, y no vivir en estado de miedo, había que añadir una quinta que faltaba, la de oportunidades para que cualquiera al nacer tuviera la expectativa de una infancia rica. El resentimiento hacia el sistema, muy próspero y desigual, se había instalado en las propias universidades norteamericanas, dando lugar a movimientos reformistas ya desde 1960, luego contra la guerra de Vietnam -sin duda la peor imagen del país y catalizador de las revueltas-, y a organizaciones terroristas de blancos como Weatherman, con el propósito de subvertir el poder duro y el poder blando del sistema. Como en otras ocasiones en la historia, esto acabó con el conservadurismo aprovechando el conflicto, la represión, y el temor al desorden, para ganar elecciones; pero aun así, en la España autoritaria donde la censura y represión de cualquier conato de progreso era la práctica corriente, nos fascinaba la libertad con que el San Francisco Good Times o el Berkeley Tribe publicaban comunicados incendiarios del Weatherman Underground, o una carta del legendario Dr. Timothy Leary contando cómo se había escapado de una cárcel militar.

Las ideas de Joseph Nye, recogidas en uno de sus libros, “El compromiso de dirigir: la naturaleza cambiante del poder de América” , de 1990, son ingenuas, además de presuntuosas, pero su intención era loable, la de construir una organización ejemplar de la vida social y política, y mostrarla al mundo como referencia para un consenso. A Nye no le gustaba que lo definieran como liberal, porque desde posiciones de poder es fácil en nombre de las libertades imponer las opiniones e intereses propios, y el poder blando no deja de ser un poder con el que se quiere influenciar al resto del mundo; pero dio concreción a sus ideas, incorporó extranjeros a Harvard, defendió la diversidad y el acceso de la mujer, y la tolerancia a derechos y libertades personales como la interrupción del embarazo. Ahora, el gobierno USA acaba con lo que quedaba de este encantamiento que el país pudiera ejercer fuera, y llena de perplejidad el ataque a la universidad y la ciencia, con la referencia destacada de la venganza hacia Columbia y Harvard. Desde su posición como director de la Harvard Kennedy School, Nye criticó duramente a la administración norteamericana en 2016, y en una entrevista reciente dijo que las barbaridades que se están haciendo muestran que no se piensa en la gente, ni en América primero, sino en obsesiones, intereses privados, y en América sola. Aquí se quedaba corto al valorar los propósitos de los populistas republicanos, que no son aislacionistas, sino que, en un nuevo afán imperialista, tratan de imponer su pensamiento duro al resto del mundo.

En este momento Europa se encuentra en el punto de mira, pues pese a la lacra populista que se extiende, el atractivo que ofrece hoy la democracia, derechos, libertades y tolerancia en la UE, que a duras penas sobreviven frente a enemigos internos y externos, es algo que de nuevo el régimen ruso no puede soportar, y le lleva a utilizar el poder duro de las armas. Y paradójicamente, a los nuevos republicanos de Estados Unidos, que era el país prototipo de estos valores, les repele el poder blando europeo, se inmiscuyen con descaro en las elecciones como en Polonia, y buscan la complicidad de gobernantes autocráticos, también de dudosa moralidad. Exhortar a que nos mantengamos en Europa firmes en nuestros principios sirve de poco si no se trabaja en reforzar instituciones como la monetaria, avanzar en las fiscales, y reparar un proyecto dañado desde fuera y dentro. En su último artículo Joseph Nye termina diciendo: “Es algo muy negativo, aunque creo que sobreviviremos, tengo un rayo de optimismo que cada vez es más débil, pero aún no se ha extinguido”; sin embargo, la fuerza del nuevo poder no puede desconocerse, precisamente por su desprecio a cualquier reflexión intelectual, y cuando la elite del gobierno republicano asiste al estreno de “Los Miserables”, en el Kennedy Center, y el presidente declara que es su obra favorita, el gobernador de California, Gavin Newsom, mira a su alrededor, los militares, las manifestaciones, el despotismo, y se pregunta: “¿Alguien le ha explicado el argumento?”

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