Rocío Ruiz Benítez

Los nuevos aranceles de Estados Unidos: un 'déjà vu'

Observatorio empresarial

Una persona sirve aceite de oliva en un vaso para un comensal.
Una persona sirve aceite de oliva en un vaso para un comensal. / M. G.

Sevilla, 11 de octubre 2025 - 06:00

En el comercio internacional, la historia tiende a repetirse. Cuando en la primavera de 2025 Washington anunció un paquete de aranceles generalizados sobre las importaciones, muchos exportadores europeos experimentaron una extraña sensación: la de revivir un episodio que creían superado. La palabra que mejor lo define es déjà vu. Y la memoria viaja inevitablemente a la crisis de Airbus-Boeing, aquel choque transatlántico de hace apenas unos años que castigó con dureza a sectores como el aceite de oliva español.

La diferencia, sin embargo, es que ahora el alcance es mucho mayor. Si en el pasado los aranceles eran selectivos, centrados en ciertos productos agrícolas e industriales, hoy se trata de un movimiento estructural: EEUU ha impuesto un arancel universal del 10% a prácticamente todas las importaciones, con un recargo del 15% para los productos procedentes de la UE. Y, además, mantiene tarifas mucho más duras en sectores estratégicos como el acero y el aluminio, que siguen gravados en torno al 50% por motivos de "seguridad nacional".

Estos nuevos aranceles no son solo una cuestión de recaudación. Constituyen un terremoto para las cadenas de suministro globales, obligando a las empresas a reordenar cómo compran, fabrican y distribuyen. Los costes de importación aumentan y, con ellos, la presión sobre los precios finales. Multinacionales que operan en EEUU ya han anunciado subidas de entre el 5% y el 15% en algunos productos para compensar la nueva barrera. Además, la logística se complica: los exportadores deben revisar sus clasificaciones arancelarias, certificados de origen y declaraciones aduaneras con una frecuencia mucho mayor.

En los meses previos a la entrada en vigor, muchas compañías adelantaron embarques para evitar los nuevos aranceles, lo que provocó picos de demanda artificiales, congestión logística y exceso de inventarios. Ahora que las tarifas ya se aplican, el reto se traslada a ajustar márgenes, renegociar contratos y adaptarse a una nueva normalidad en la que operar en EEUU implica costes estructuralmente más altos. Al mismo tiempo, crece el interés por acercar parte de la producción a México o Canadá, aprovechando el marco del tratado USMCA (el acuerdo de libre comercio que desde 2020 sustituye al NAFTA y que permite la entrada sin aranceles a EEUU de bienes fabricados en Norteamérica) para eludir el recargo.

Para los exportadores europeos, la nueva situación arancelaria supone una pérdida de competitividad frente a productores locales o de países con menor carga arancelaria. En la UE los sectores más afectados son los bienes de equipo, la maquinaria, la automoción, los metales básicos y, una vez más, la alimentación y las bebidas. En España, el símbolo de esta tensión vuelve a ser el aceite de oliva, como lo fue durante la crisis Airbus-Boeing.

Dicho conflicto comenzó en 2004, cuando EEUU denunció ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) a la UE por subvencionar de forma ilegal a Airbus. Poco después, la UE presentó su propia denuncia contra Washington, acusando a Boeing de recibir ayudas encubiertas a través de contratos de investigación con la NASA y el Departamento de Defensa, además de exenciones fiscales. Tras más de una década de litigios, la OMC autorizó represalias multimillonarias a ambas partes. En octubre de 2019, la administración Trump impuso aranceles del 25% a productos europeos tan simbólicos como el aceite de oliva envasado, el vino y las aceitunas de mesa. El golpe para España fue inmediato: las exportaciones de aceite envasado se desplomaron en torno a un 40% y muchas empresas se vieron obligadas a enviar producto a granel para que fuese envasado en destino, lo que redujo el valor añadido captado en nuestro país y debilitó la imagen del aceite español como producto premium. En 2020, la OMC autorizó a la UE a imponer sus propios aranceles contra productos estadounidenses, pero el daño ya estaba hecho. Fue en 2021, cuando se alcanzó una tregua que suspendió los aranceles y devolvió cierta calma a las relaciones comerciales transatlánticas.

Hoy, con los nuevos aranceles, el déjà vu es evidente. Otra vez el aceite de oliva aparece en el centro de la tormenta. El sector teme perder cuota de mercado en EEUU, donde España es líder en volumen exportado. Aunque el recargo del 15% es más bajo que el 25% de la crisis Airbus-Boeing, llega en un momento delicado: la producción se ha visto mermada por la sequía y los precios internacionales están en niveles récord. La Interprofesional del Aceite de Oliva Español informó que, en los primeros meses de 2025, España logró exportar más de 87.000 toneladas de aceite de oliva al mercado estadounidense, un 24% más que el año anterior. Un ritmo difícil de mantener con la consolidación de las nuevas tarifas. Alrededor del 60% de esas exportaciones viajaron envasadas, lo que refleja que el sector ha aprendido de la experiencia anterior y busca preservar el valor añadido.

La comparación entre 2020 y 2025 ofrece un contraste interesante. Entonces, el golpe fue brutal para unos pocos sectores, que vieron hundirse sus ventas en cuestión de meses. Hoy el daño es más repartido: automoción, bienes de equipo, siderurgia, agroalimentario… Todos sufren un recargo que erosiona su competitividad. Para España, esto significa que el impacto macroeconómico será moderado, porque EEUU no es nuestro principal destino exportador, pero muy desigual: automoción y siderurgia afrontan un recorte de márgenes importante, mientras que el aceite de oliva corre el riesgo de perder terreno en el mercado estadounidense. Aunque Italia y Grecia están sujetos al mismo arancel del 15%, sus exportadores cuentan con una ventaja relativa: han consolidado mejor la percepción de producto premium y logran trasladar más fácilmente el coste al consumidor. A esto se suman competidores extracomunitarios como Túnez, Turquía o incluso la producción californiana, que aprovechan cualquier encarecimiento del aceite español para ganar cuota.

La historia se repite, pero con matices. Y si algo ha enseñado la experiencia, es que las empresas españolas saben reaccionar. La pregunta es, si esta vez, la lección aprendida servirá para convertir el déjà vu en una oportunidad de resiliencia a largo plazo.

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