Sobre el plan Made in China 2025

Análisis

La bandera nacional china ondea frente a un edificio en Hong Kong.
La bandera nacional china ondea frente a un edificio en Hong Kong. / Europa Press

Sevilla, 11 de octubre 2025 - 06:00

Estamos en el horizonte final de un ambicioso plan estratégico que el gobierno chino estableció hace una década, el plan Made in China 2025. El objetivo era superar la condición de “fábrica del mundo”, lograda apoyándose en menores costes laborales y de cumplimiento regulatorio y en la amplitud y diversidad de su cadena de suministro interna. Su posición como primer exportador mundial ya estaba bien establecida en 2015: 12,3% del total de las exportaciones mundiales, compuestas, en gran medida, por bienes de calidad inferior y bajo precio; aunque con dependencia exterior en bienes tecnológicamente complejos. Sin embargo, su posición como fabricante barato y carente de competidores ya no era tan sólida como lo había sido, ni carecía de amenazas: China ya estaba deslocalizando algunas producciones hacia otros países del sudeste de Asia, y en 2014 el gobierno indio dio inicio a la iniciativa Make in India, con la que se pretendía que llegar a ser una localización ventajosa para las manufacturas y el ensamblaje. Este plan no ha dado resultado y, por el contrario, la participación de la industria manufacturera en el PIB de la India ha descendido y actualmente se encuentra bastante lejos de los objetivos iniciales, que han sido revisados en este mismo año.

El propósito de Made in China 2025 no era ampliar su cuota de mercado en el comercio internacional, sino situarse como un gran actor global en las tecnologías y en los sectores que, en gran medida, están definiendo nuestro tiempo. De hecho, la participación china en el comercio mundial fue la misma en 2023 que en 2015: 12,3% de un volumen total que aumentó de 20 a 29 billones de dólares. Lo que sí ha cambiado sustancialmente es la participación en el comercio de productos electrónicos, maquinaria y automóviles. No en productos convencionales de esos sectores, sino en productos tecnológicamente avanzados y habiendo dado lugar a lo que antes no existía o no era generalmente conocido: empresas que son auténticos campeones mundiales en sus respectivas actividades.

En el plan se identificaron diez sectores que se consideraron prioritarios. Entre ellos, automatización industrial, determinados materiales, energía y semiconductores. Hacia ellos se orientaron inversiones privadas y públicas, y fueron destinatarios de un ingente volumen de ayudas públicas. Estas ayudas se cifran entre el uno y el dos por ciento del PIB de cada año y se materializaron en subsidios directos e indirectos, crédito barato y beneficios fiscales. El resultado es muy claro: se ha reducido la dependencia de importaciones y de la transferencia de tecnología desde empresas extranjeras, obligatoria para poder estar presentes en el país; ha aumentado la capacidad productiva en sectores tecnológicamente avanzados y, como ya se ha mencionado, ha habido un progreso extraordinario en la capacidad competitiva internacional de no pocas empresas chinas.

Antes de explicar algunas cuestiones de este plan, quizá convenga detenerse en la manifestación más visible: la creciente presencia de automóviles chinos y la rapidez con la que están obteniendo la confianza y el aprecio del público. Estos automóviles ya no son imitaciones baratas de modelos occidentales, y han alcanzado los estándares de seguridad y de consumo que hasta hace pocos años impedían su comercialización en la UE. Lo más notable es que su introducción en el mercado no ha sido solo por la vía del vehículo eléctrico, sino también en los vehículos térmicos. En esta motorización, en las mejoras de eficiencia, Europa era insuperable pero los fabricantes, lógicamente, carecían de cualquier motivo para invertir en algo que la Comisión Europea decidió proscribir a partir de 2035, con lo cual se orientaron hacia la tecnología eléctrica. Es posible que se entre en razón, pero me temo que hemos perdido una ventaja importante. En cuanto al vehículo eléctrico, la cadena de valor de la industria china ha sido construida durante muchos años -desde la metalurgia de minerales de litio hasta la producción de baterías- y ya es, probablemente, inalcanzable. Por otra parte, al margen de las exportaciones, la extensión de la motorización eléctrica en China permite reducir la dependencia de las importaciones de petróleo en el ámbito de la movilidad y, a su vez, contribuye al ingente desarrollo de la generación no fósil de electricidad que se está produciendo en ese país. El desarrollo de la generación renovable en China no se debe a que quieran abanderar la descarbonización, sino a razones prácticas: la voluntad de proporcionar electricidad a todo el territorio y siendo la mejor solución la generación fotovoltaica y la eólica, al margen de su progreso en la generación nuclear, claro está. No es, pues, algo inesperado que los fabricantes chinos lideren desde años la fabricación de módulos fotovoltaicos –de nuevo, en toda su cadena de valor- y de generadores eólicos.

Volviendo al plan, sus resultados no se deben solo a que los planificadores acertasen en la selección de actividades. Ha funcionado porque se ha construido la infraestructura de fondo necesaria para convertirse en una potencia tecnológica. Se ha creado un ecosistema de innovación orientado hacia las redes de electricidad digitales, además de conformar un gran volumen de trabajadores muy capacitados: más de 70 millones de personas especializadas en procesos de producción. Se podría decir que se han tenido en cuenta todos los aspectos relacionados con una estrategia tecnológica, de forma que China es capaz de desarrollar y escalar nuevas tecnologías con más rapidez que cualquier otro país del mundo.

Eso sí, todavía no han alcanzado la capacidad norteamericana para producir conocimiento y traducirlo en innovación. Pero no creo que las medidas arancelarias sean capaces de desviarlos del camino que han elegido. ¿Y la UE? Pues todavía no nos hemos sacudido el wokismo de encima, el santo temor al cambio climático sigue siendo el norte de nuestra brújula, y no terminamos de asumir que no nos sirven de mucho las iniciativas distribuidas país a país, tales como el Plan de Recuperación y Resiliencia. La ONU necesita una puesta al día para volver a ser tan útil como fue. Los países miembros de la UE necesitamos aceptar que individualmente vamos camino de ser cada vez menos relevantes en los asuntos mundiales, incluso en un deseable retorno a un mundo regido por reglas.

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