Fernando Durán López

En el principio, fue El Conciso

24 de septiembre 2025 - 07:35

La historia de la prensa no opera casi nunca por cambios graduales, sino por bruscas discontinuidades y avances repentinos en coyunturas políticas concretas. La prensa moderna nace en España, junto con la opinión pública, en 1808. Los asombrados lectores que aquel septiembre leyeron, tal vez con emoción y pálpito reprimido, el prospecto del Semanario Patriótico (cuyas primeras palabras eran «La opinión pública es mucho más fuerte que la autoridad malquista y los ejércitos armados») accedieron a un mundo nuevo, porque era la primera vez en la historia del país que un papel público hablaba libremente de política. Desde ese momento menudearon rápidas y audaces transformaciones del espacio de debate impreso, la segunda de las cuales, no menos trascendente, fue la aparición en Cádiz el 24 de agosto de 1810, un mes antes de la apertura de las Cortes y todavía a dos meses y medio del decreto de libertad de imprenta, de El Conciso, una modesta cabecera que salía los días pares con medio pliego en 4º (cuatro páginas).

Se vendía muy barato, a cuatro cuartos el número, y venía a competir en el segmento de los papeles de información general y periodicidad corta con el adocenado y muy oficialista Diario Mercantil de Cádiz (medio pliego todos los días, a seis cuartos) y poco más, pues apenas había más periódicos. La fórmula era rompedora, nunca había existido nada semejante en España: un papel político, de ideas reformistas y espíritu independiente, que empleaba con destreza tres armas nuevas en esas materias, la brevedad, la crítica a las autoridades concebida como un derecho y la sátira desenfadada en cualquier materia. Como era entonces norma, los redactores no firmaban sus piezas ni hacían públicos sus nombres, eran escuetamente «los editores» o, según fueron comúnmente conocidos, «los concisistas». Sabemos que el promotor principal fue el vasco Gaspar María de Ogirando y que tuvieron participación preferente y habitual Francisco Sánchez Barbero, Manuel Pérez Ramajo y José Robles, pero hubo otros muchos colaboradores frecuentes u ocasionales.

El prospecto prometía a los lectores hacer honor a su título y evitar «esos discursos sin fin, muy buenos para los libros», ofreciendo artículos íntegros sin seriarlos, de forma que por solo cuatro cuartos y en cuatro minutos el lector quedara satisfecho, informado e instruido. De su otra gran novedad, el estilo satírico y jocoso, no dice nada, pero pronto se convertirá en su seña de identidad y la clave de su éxito, al fomentar réplicas y contradiscursos muy airados entre sus adversarios ideológicos y ser el principal acicate para que el espacio de la opinión pública se diversificara y acrecentara con toda clase de voces e ideologías. Su estilo informal también levantó resquemores en diputados, militares y empleados públicos acostumbrados a recibir un trato deferente y reverencial ante el público. Eso produciría un gran malestar cuando se abrieran las Cortes y El Conciso se convirtiese en el único periódico que informaba de lo ocurrido en sus sesiones; acusaron a los periodistas de irrespetuosos por llamar a los diputados por sus apellidos a secas y les impusieron usar el trato de «señor», que desde entonces se convirtió en norma de los usos parlamentarios y periodísticos hasta el día de hoy.

Las Cortes habían previsto que sus sesiones quedasen abiertas a los espectadores, pero no que se reprodujesen sus debates. El Conciso rompió ese esquema con unos resúmenes breves, incisivos, sesgados en favor de las ideas liberales, y con duros ataques a la proliferación de sesiones secretas. Durante más de tres meses toda España, Europa y América se informó de lo que ocurría en la asamblea gaditana exclusivamente por lo que publicaba El Conciso, un monopolio que asustó a muchos diputados y a la postre forzó a establecer el principio de publicidad de los actos parlamentarios y a que se promoviera un Diario de Cortes oficial, antecedente del posterior Diario de Sesiones. Es muy difícil concebir hoy el enorme impacto que este periódico tuvo en un momento clave, en que las fuentes de información y de opinión eran escasas y poco eficaces, pero se estaban jugando los fundamentos del sistema constitucional y representativo. El Conciso hizo más que muchos diputados por el establecimiento de la libertad de imprenta y los demás principios liberales que se plasmarían después en la constitución de Cádiz.

La época dorada y transformadora de El Conciso fueron sus primeros seis meses, en que marcaron el nuevo territorio de la prensa y abrieron infinidad de caminos. Pronto muchos más periódicos siguieron su rumbo, diversificaron la oferta, imitándolo a veces o bien creando opciones alternativas, con lo que su novedad se diluyó, lo que quizá fuera su mayor triunfo. No obstante, mantuvo su arraigo en los lectores y siguió vendiéndose con éxito y con influencia. Desde el principio lanzaron suplementos más chispeantes bajo el título de El Consicín y luego también El Concisón; en abril de 1811 pasó a publicarse todos los días; en marzo de 1812 duplicó su número de páginas; finalmente, como otras cabeceras, abandonó Cádiz en diciembre de 1813 para reaparecer en Madrid en enero del 14. El último número salió el 11 de mayo de ese año, pues en la madrugada del 10 al 11 se había ejecutado el golpe de Estado orquestado por Fernando VII y casi toda la prensa fue prohibida. Tocaba el amargo trance de que la libertad rindiera cuentas ante sus enemigos: Ramajo y Sánchez Barbero fueron condenados a diez años de presidio en Melilla, donde el segundo de ellos murió en 1819. Transformar la tinta en sangre es la marca indeleble de los tiranos, hacer que la tinta siga fluyendo ha de ser —entonces como ahora— el sagrado deber cívico de quienes se resisten a toda clase de tiranía.

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