Cada uno, su colacao

El Poliedro

The Buggles, Video Killed The Radio Star (Russell Mulcahy). / M. G.

15 de noviembre 2025 - 06:00

La frase la acuñó un sobrino, mientras tomaba aire dejando por un momento de chupar su biberón. “Calúno, su cucao”; cada uno, su colacao. Es de esas sentencias de cabecera en las familias. Algo mayor, la hija se me dirigió al negarle otro niño en el parque una vueltecita en su triciclo: “Papá, ¿a que hay que “recompartir”?, díselo, ¡dile que me deje su bici!”. (Sobre las genialidades del primer hablar siempre está por escribir un diccionario privado; y hasta un ensayo de neurolingüística). Hablemos de bibi, bici y radio.

“El vídeo mató a la estrella de la radio” es un temazo de The Buggles, de finales de los 70 ("vídeo” debe entenderse “televisión”). La estrella de la radio podía ser una cantante, un lector de novela, una narración de comedia o drama a media tarde, un disco de pizarra, una ficticia consultora sentimental como Elena Francis (cuya corta eternidad se prolongó casi 40 años). Y fue que no, Buggles: con noticieros, magacines, retransmisiones deportivas, tertulias y otros formatos de la escucha sin imágenes, a la radio no parece matarla nadie. Pervive, briosa, en las mesillas de noche, las peonadas de limpieza, los vehículos rodados, los cuartos de baño, los auriculares, para saber de emergencias. Es también cancha etérea de filias y fobias. “Calaúno, su cucao”; de “recompartir”, ni medio garbeo... por el dial.

Por mi Angels Barceló, mi Carlos Herrera, mi Carlos Alsina o mi RNE, ma-to. Cada programa, con sus colaboradores y leales oyentes. Barceló si eres del PSOE; Herrera si eres de Vox o del PP azul oscuro; Alsina –que reconozco “prefe”-- si eres conservador socialdemócrata (eso existe). Medios folcloristas, fachas, indepes. Pero, guau: hay radioyentes raros que no ma-tan por su antena y el “relato” que confirme sus expectativas y creencias. Cabe recurrir a simplemente enfrentarse a las contrarias, las de otros que, despreciables, vuelan en paralelas ondas, hertzianas ellas. El resto, según los creyentes, es tibieza y equidistancia. “Po fale”, decía el Makinavaja.

Se estima en un 8% la audiencia que bichea varias fuentes. No enferman, por lo visto. Ironizaba el brillante Rubén Amón en Onda Cero sobre si es ese el mismo 8% el que cree que Elvis o Hitler están vivos (que ya es vivir). Bueno. Tal casi décima parte de radioyentes contará con infiltrados, pero uno quiere creer que entre ellos hay gente capaz de no estabularse en sus certezas, sino que aspira a informarse y liarse, a no caer en la autocomplacencia de amar u odiar con vana fe y no poca furia a Motos o a Broncano, al cine español, al Rey o al ideal republicano, al Madrid o al Barcelona. A negarse a reconocer nada bueno del elegido como enemigo. Ni nada detestable de las pasajeras deidades que admiten como líderes.

Cada uno con su “cucao” y sin “recompartir”, así los aspen. Ya sin candidez alguna. A piñón fijo sus diales; biberones y triciclos. Anclas de almadraba que fijan las empalizadas que ofrecen la seguridad de nadar entre lindes de verdades compartidas. (“’Amore... ma quale amore?’”, cantaba Cocciante en la conmovedora “Era Già Tutto Previsto".)

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