
tribuna económica
José Ignacio Castillo Manzano
Fetichismo presupuestario en la década de la anemia política
tribuna económica
A nivel nacional, la última década se podría definir como la de la anemia política, la era de los gobiernos en minoría que sufren lo indecible para sacar adelante cualquier iniciativa, incluso los obligados presupuestos, que antes parecerían ser el mínimo exigible por la ciudadanía.
De hecho, ya ni siquiera se presentan en las cortes para evitar el desgaste innecesario de su previsible derrota parlamentaria, sin que ello provoque ningún tipo de alarma social y menos económica, como mucho cierto rebufo mediático. Ya que este fracaso político, no parece serlo económico. Por contra, esta década de anemia política ha coincido con un gran periodo de expansión económica en nuestro país, salvo el desafortunado borrón de 2020. Dónde nuestra economía, con un 11.3% de caída del PIB, fue la que más sufrió, no solo de Europa, sino de todo el mundo desarrollado. En resumen, el tradicional binomio política-económica, afortunadamente para todos, hace tiempo que se disoció en nuestro país. Incluso parece que la economía agradece una relajación, aunque sea por incapacidad, del poder político sobre la misma. Fenómeno nada extraño, si tenemos en cuenta el trabajo de Bel y Albalate en la revista Governance, que demuestra que Bélgica creció más durante año y medio sin gobierno que con él.
Por ello, no nos debe extrañar que esta prórroga presupuestaria no haya tenido influencia alguna en los índices bursátiles patrios, que siguen su rally alcista. Afortunadamente, nuestro sistema democrático no es el estadunidense, dónde la falta de acuerdo presupuestario llevó, una vez más, al reciente cierre parcial de la administración en Washington. Aquí contamos con diferentes herramientas para conseguir actualizar un presupuesto prorrogado, sin que ello suponga que los pensionistas o los funcionarios, por ejemplo, no vean sus retribuciones actualizadas.
Una realidad que cuestiona los dogmas que vinculan una mayoría suficiente con el éxito económico y una mayoría insuficiente con desorden y caos económico. Las mayorías, sean absolutas o al menos suficientes, solo serán económicamente beneficiosas si realmente se utilizan para implementar políticas económicas reformistas y acertadas, sometidas siempre a la evaluación tanto a priori como a posteriori, y no lo serán si solo se utilizan para generar más espuma burocrática y legislativa. O, dicho de otra forma, el no-gobierno o el anémico serían mejor que el mal gobierno.
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