La independencia de la Fed bajo presión: de Richard Nixon a Donald Trump

Análisis

Jerome Powell, presidente de la Fed, en una imagen de archivo / Shawn Thew / Efe

06 de septiembre 2025 - 06:00

Desde hace más de treinta años, la independencia de los bancos centrales constituye uno de los pilares de la política económica. En el caso de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), esta autonomía ha sido objeto de tensiones recurrentes, especialmente cuando los objetivos de corto plazo de la política de los Presidentes que ocupaban la Casa Blanca en esos momentos entraron en conflicto con el mandato de estabilidad monetaria. Tres episodios resultan paradigmáticos: las presiones del Presidente Richard Nixon sobre el jefe de la Fed, Arthur Burns en los años setenta, la estrategia antiinflacionaria del Presidente de la Fed, Paul Volcker a comienzos de los ochenta, y los actuales enfrentamientos verbales de Donald Trump con Jerome Powell debido a las decisiones sobre los tipos de interés.

En la literatura sobre ciclos políticos económicos, se describe cómo los gobiernos buscan expansiones fiscales (aumentar el gasto, bajar impuestos) en el corto plazo para maximizar el rédito electoral. El caso de Nixon es un ejemplo palpable de esta lógica. Durante su presidencia, el desempleo derivado de la recesión de 1970 y el temor al impacto político en las elecciones de 1972 llevaron al presidente a presionar a Arthur Burns, entonces presidente de la Fed, para mantener una política monetaria expansiva. La evidencia documental –actas de reuniones y grabaciones desclasificadas– confirma que Nixon exigió mantener tipos de interés bajos para estimular el crecimiento en vísperas de los comicios. Si bien la estrategia cumplió con el objetivo electoral, generó notables desequilibrios macroeconómicos. La inflación superó los dos dígitos en pocos años, y el fenómeno de la estanflación, agravado por los shocks petroleros, minó la credibilidad del banco central. Este episodio es citado de forma recurrente como demostración de los costos de la injerencia política sobre la política monetaria.

La crisis inflacionaria de los setenta desembocó en un giro radical bajo la presidencia de la Fed de Paul Volcker en 1979. Con la inflación en torno al 14%, la Fed adoptó un régimen monetarista orientado a restringir la oferta de dinero, lo que implicó incrementos extraordinarios del precio oficial del dinero. Los tipos de fondos federales alcanzó picos superiores al 20%, provocando una recesión profunda en 1981-1982 y una tasa de desempleo superior al 10%. La literatura sobre credibilidad monetaria ayuda a entender esta estrategia. El “shock Volcker” buscaba precisamente resolver el problema de inconsistencia temporal. Gobiernos con incentivos de corto plazo tienden a tolerar inflación, mientras que una autoridad monetaria independiente puede aplicar medidas impopulares para restablecer expectativas estables de crecimiento de precios. Pese a las fuertes presiones políticas y sociales –incluyendo protestas masivas de agricultores e industriales–, Volcker mantuvo la estrategia con el apoyo implícito de la administración Reagan. El resultado fue la desinflación más significativa de la posguerra, que consolidó la autonomía de la Fed como un componente esencial de la gobernanza económica de EEUU.

En contraste con los episodios anteriores, los enfrentamientos entre Donald Trump y Jerome Powell no se han producido en un contexto de inflación elevada, sino en una economía en expansión tras la crisis financiera de 2008, la pandemia y los conflictos geopolíticos (guerras de Ucrania y Gaza). En el primer mandato de Trump, entre 2018 y 2019, la Fed elevó gradualmente los tipos de interés con el objetivo de prevenir un sobrecalentamiento. Trump respondió con un patrón inédito de críticas públicas, principalmente a través de redes sociales, calificando a Powell de “enemigo” y sugiriendo su destitución. A diferencia del caso Nixon, en el que las presiones se ejercieron en privado y lograron alterar la política monetaria, la ofensiva de Trump tuvo un carácter fundamentalmente mediático y no modificó de forma sustantiva las decisiones de la Fed. La autonomía institucional, consolidada desde los años ochenta, junto con la ausencia de un mecanismo legal claro para destituir al presidente de la Fed, permitió que Powell mantuviera su estrategia. El episodio, no obstante, evidenció la fragilidad reputacional de la institución en un entorno donde la comunicación digital amplifica los choques entre política y economía.

En este segundo mandato de Trump, las tensiones han vuelto, y de qué manera, lo que sería una segunda parte del tercer episodio histórico. Llevamos unas semanas de fuertes críticas y amenazas de la administración Trump a la Fed, en particular a Jerome Powell. La base económica de esta presión es la petición de tipos de interés más bajos por parte de Trump, antes la elevada probabilidad de que aumente el déficit y deuda pública, como consecuencia de las medidas que la propia administración republicana ha tomado como ha sido la reforma fiscal, el aumento de los aranceles y la beligerancia contra la inmigración. Por tanto, el gobierno de EEUU necesita unos menores costes de financiación en la actual incertidumbre y la Fed, con los datos en la mano de crecimiento e inflación, no ha querido precipitarse a las bajadas. Ahora sí que parece, tras lo escuchado en el simposio de Jackson Hole, que habrá una primera bajada de tipos en septiembre, que aún sigue siendo insuficiente –además de tardía– para Trump. Por si fuera poco, Trump intentó destituir a la gobernadora de la Fed, Lisa Cook, tras acusaciones de fraude hipotecario, aunque Cook rechazó la acusación y afirmó que el presidente carecía de autoridad para despedirla. Los tres casos ilustran distintas configuraciones de la tensión estructural entre política monetaria y poder presidencial. En el último caso, Trump encarna un nuevo tipo de presión, mediática, personalista, incluso coercitiva, que está poniendo a prueba la legitimidad pública de la Fed. Con consecuencias imprevisibles para el dólar y la estabilidad financiera global.

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