Análisis
Rafael Salgueiro
Qué manía de tratarnos como si fuésemos niños
Análisis
En la política española estamos asistiendo a escenas que parecen propias de los que piensan que los niños creen todo lo que les diga un adulto, que basta un regalito para ganar su aprecio o inducirles a hacer algo, que si la mayoría de los adultos dicen o piensan lo mismo será porque tienen razón, y que es buena cosa utilizar temores imaginarios para evitar que los niños se desvíen del buen camino. Algunos adultos tratan incluso de hacer pedagogía, con el resultado de que el Congreso se parezca más a un jardín de infancia que un lugar de debate de personas ilustradas.
Espero que los lectores que me soportan desde hace más de un cuarto de siglo sepan disculparme un texto tan ligero como el que sigue y alejado del contenido que se le supone a esta sección dedicada al análisis económico. La verdad es que escribir sobre los serísimos hechos internacionales recientes y sus posibles consecuencias necesita más bastante estudio y reflexión del que tengo acumulado hasta ahora, Por eso, tras este disclaimer, al decir de los cursis en dos idiomas, me limitaré a ejemplificar lo afirmado en el primer párrafo, comenzando por el caso del adulto que quiere hacer pedagogía apoyándose en fuentes de autoridad.
Esta semana, la ministra de Trabajo ha resuelto una duda que teníamos muchos –no me atrevo a decir qué porcentaje–, aclarando que Junts no es progresista porque ha votado en contra de su ley de reparto de ganancias de productividad, camuflada como reducción de jornada dado que no hay tal ganancia. Creo que lo que procede, pues, es que se deje de alardear del famoso bloque progresista, la suma de los diputados cuyos partidos conforman el gobierno y, a mayores, los diputados que facilitaron la investidura, que más que progresistas ya sabíamos que eran oportunistas. Lo que me pareció más notable es que nadie del PNV dijese ¡oiga ministra, haga el favor de no faltarnos!, cuando los incluyó en la clase trabajadora y no en la del capital porque votaron a favor de su propuesta de ley, reconociéndoles de paso que están en el lado correcto de la Historia. No hacía falta decirles a los juntistas que están en el lado incorrecto, estoy seguro de que alguno de ellos habrá leído a Hobsbawm, un extraordinario historiador marxista y uno de los grandes del siglo XX, y se habrá enterado de que los nacionalismos son un mal.
Esta ministra es quien ha firmado el prólogo de la edición conmemorativa de la publicación del Manifiesto Comunista. Estoy seguro de que ha leído ese prólogo, porque de ahí viene su idea sobre la lucha de clases como motor de la historia, aunque dudo que haya leído El capital, porque en este libro don Karl (en el tomo I, creo recordar) duda de la posibilidad de definir las clases. En todo caso, la ministra puso de manifiesto su claridad de ideas y nitidez de conceptos es mayor escribiendo que hablando.
El caso de “los adultos no hablan de otra cosa” como argumento de peso quedó bien ejemplificado, ya hace tiempo, con aquella ministra que afirmó qué, yendo en metro, pudo percatarse de que el principal tema de conversación de los viajeros era la preocupación por la no la renovación del CGPJ. Se conoce que se interrumpió la cobertura del 5G y tuvieron que ponerse a hablar de algo. Y qué me dicen de las inmensas mayorías de ciudadanos que piensan lo mismo que el gobierno progresista, sea el asunto que fuere, según nos ha hecho saber varias veces la ministra portavoz.
Para asustar a un niño cuando no obedece o hace algo indebido se suele utilizar como recurso la amenaza de que se lo llevará “el hombre del saco” o el “coco”. Esto es exactamente lo mismo que asustar a la ciudadanía con la tontería esa “de la derecha ultra y la ultraderecha”. Seamos serios: el límite de la acción de un gobierno está (o estaba) delimitado por la Constitución Española. El pensamiento político es libre, por supuesto, pero no la acción política salvo que se reinterprete la Constitución sin salirse de ella. Además, una democracia no consiste solo en que haya elecciones, sino, sobre todo, en la existencia de sólidos contrapesos independientes del poder ejecutivo. Una democracia podría funcionar con un parlamento conformado por sorteo, pero no en ausencia de esos contrapesos. Sin ellos estaríamos hablando de otra cosa; por ejemplo, de la democracia orgánica del general de Ferrol o del modelo de democracia defendido por el partido comunista de China.
No podía faltar un buen ejemplo de “cómo es que el niño no quiere el regalito”. Esto es lo que sucede con la condonación de la deuda de la Generalidad de Cataluña con el Estado. Uno de los partidos independentistas lo exigió y parece haber la intención de complacerle, aunque como no cuela tal discrecionalidad hay que ofrecérselo a toda la pandilla. Como ésta no lo ve muy claro, se ha intentado engañarla un poco diciéndole que con el ahorro tendrán para gastar en otras cosas sociales. Esto, simplemente, no es posible, porque el ahorro y gasto de esta naturaleza no computa dentro del límite de gasto y, en consecuencia, no es intercambiable. Estoy seguro de que la ministra protocandidata a la presidencia de la Junta de Andalucía lo sabía muy bien y que sus afirmaciones no eran más que una mentirijilla perdonable.
Finalmente, he de reconocer que sí hay un directivo político que no nos trata como niños, o no siempre. Me refiero al doctor Tezanos, quien evita hacer preguntas incómodas porque es sabedor de que los niños suelen decir lo que piensan. Aunque, eso sí, a veces no puede evitar lo del “hombre del saco” y mostrar unas expectativas de voto a la derecha más a la derecha capaces de asustar a cualquier progresista que se precie.
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