El Poliedro
Tacho Rufino
Para bajarse en la próxima
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Las organizaciones, sean públicas o privadas, requieren eficacia (cumplir sus objetivos presupuestados) y eficiencia (conseguirlos al menor coste o logrando beneficios). Son mandatos. Pero para que esas dos variables sean faro y guía a lo largo del tiempo, es de ley planificar con propósito. No sólo en los periodos de bonanza, sino sobre todo en los de crisis. En las situaciones adversas, de cambio y ruptura. Ante avatares que requieren tomar decisiones en las que les va el ser o el no ser. Un perpetuo sinvivir para las empresas privadas: desde las grandes y medianas a los autónomos (por qué no: las familias). Una organización es un cóctel de recursos humanos, operaciones y producción, proveedores y clientes, adaptación a las tecnologías y al vértigo de los cambios socioeconómicos, a la fiscalidad y otras restricciones administrativas o legales. A montañas de factores que afectan a su Estrategia: “Yo soy yo y mis circunstancias”, dijo Ortega y Gasset. El quid está en quién es “yo” y cuáles “las circunstancias”. ¿Para quién?
Los gobiernos centrales y autonómicos o locales se encharcan con condicionantes espurios, enemigos del “servicio”: la eficacia y la eficiencia debidas suelen acabar viciadas por transacciones políticas, tantas veces ajenas a la responsabilidad pública y a las promesas electorales. En las sociedades mercantiles puede pasar igual, pero con una esencial diferencia: se juegan su dinero, no el de todos. Por ello, un país sin Presupuestos (PGE) es uno que antepone lo coyuntural a lo esencial; lo partidista a lo común. ¿Cómo puede ser que se prorroguen los Presupuestos, como si un año pospandémico y otro de bonanza macroeconómica pudieran ser regidos en sus ingresos, gastos, inversiones, transferencias, deuda pública y etcéteras con la misma “hoja de cálculo”, cuando los entornos de ambos son radicalmente diferentes? ¿Cómo diantres un Estado, con su Gobierno central en tenguerengue, puede estar dependiendo de un presunto delincuente –buscado por la Justicia, digo-- por el puñado de votos que ostenta? ¿Cómo carallo un afán de mantenerse en el Poder hace de un nacionalista –para nada socialista y enemigo de la cusa común– la piedra de Rosetta de España entera, y encima seguir ostentando la causa del progreso? (Hablo de Puigdemont abrazando al Honorable Illa en Bruselas; ¿qué pinta Illa ahí, a quién sirve?).
El diálogo, dicen. El entendimiento. La normalización. Mientras, la inmensa mayoría de los votos del Estado español se encuentran secuestrados, ignoradas la eficacia y la eficiencia. En vez de ponerse de acuerdo (PSOE y PP) en los grandes asuntos, incluido el de cauterizar la sangría de los chantajes que germinan en las antípodas de la redistribución o la socialdemocracia. Discutiendo parlamentariamente –en justa y responsable mayoría-- con el resto de formaciones en qué nos vamos a gastar los dineros públicos y cómo vamos a conseguirlos. Confeccionando la única ley obligatoria de un Gobierno cada año, los PGE. Un concepto dinamitado.
Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? (Adolfo Marsillach)
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