Análisis
Rafael Salgueiro
Qué manía de tratarnos como si fuésemos niños
El Poliedro
La demolición de Gaza va para dos años. La primera piedra la lanzó Hamás: en una sanguinaria guerra relámpago, un batallón yihadista invadió Israel, ajustició a 1.400 personas y secuestró a otras 255, muchas de las cuales fueron sacrificadas, otras fueron devueltas y algunas más siguen –es una suposición– rehenes. La respuesta de Israel fue al principio justa, del todo esperable. Con el tiempo, se ha convertido en una forma de barbarie. Llámele usted como desee, asesinato masivo de inocentes, deportación o “genocidio” (RAE: “Exterminio sistemático de un grupo humano por motivo de su raza, etnia, religión o nacionalidad”). Nuestro presidente tomó una iniciativa que era debida en contra de la masacre del pueblo gazatí y palestino. Fue pionero en la denuncia internacional, ante la tibieza de la UE, que ahora asume los términos de aquellas declaraciones de Sánchez. Que la cuestión tenga tintes ya electoralistas y alguna tinta de calamar, pues no lo sé, pero bien puede que sí: “la izquierda, para mí toda... o palmo”. En esta tierra goyesca, indigna la ausencia de Feijoo en la Apertura del Año Judicial 2025/26, pasando un kilo del jefe del Estado y de su misma condición de líder de una desleal oposición. La izquierda que tira a residual, pero es vicepresidencial, ha sido revolcada en el Parlamento en el proyecto de reducir la jornada laboral. Tufillo de supervivencia lo de Sumar (véase, Yolanda), sabiendo que Junts es del corte ideológico y proempresarial del PP –que yo comparto–, y no iba a apoyar tal norma. Ha dado pie a la implacable Nogueras, que abomina soberbiamente de la lengua común, a que suelte el enésimo apóstrofe “Visca Catalunya Lliure”: electoralismo de náufrago en yate; quizá llegue Junts a la orilla con más votos, los de la píldora atómica que le ha provisto su repentino rol de llave: puro teatro. Como la indignidad de Feijoo. Gana y gana Vox, virginalmente simple.
Abramos el foco: lo que de veras entra en un territorio brumoso, paradójico y escabroso es cómo se financian los impresionantes gastos en armamento para practicar lo inhumano. Sin que los castigadores entren en bancarrota (evidentemente, no es el caso de Palestina ni Ucrania, que están en quiebra y parálisis como estados). Palestina contará con apoyos de sus hermanos de religión ricos, que los hay, aunque tengan un pariente terrorista, Hamás: yihadista y paramilitar (no le llegarán dineros de quienes revientan una Vuelta Ciclista a España, una verdadera cabronada de cuatro gatos contra cientos de deportistas). Uno no puede dejar de sospecharse que el enorme desembolso que para Israel o Rusia supone el machaque de sus enemigos tiene un fondo de “perversa economía circular”. La industria del armamento está boyante. Me mesaría los cabellos de pasmo si no hubiera en las guerras codicia coordinada de trincones mafiosos, fabricantes de armas propios y foráneos y dirigentes de ocasión. La guerra es la gran excrecencia humana que daña a casi todos. Y hace de oro a unos pocos de monstruos, demoledores en la sombra. Que aman a sus hijos, los muy cabrones.
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