Fútbol marroquí, qué símbolo

EL POLIEDRO

La selección marroquí de fútbol Sub-20. / Europa Press

Sevilla, 25 de octubre 2025 - 05:30

El fútbol es una industria bestial por dinero, audiencia e impacto social. Mi compadre Antonio Leone De Paoli me escribió el miércoles tras la victoria de Marruecos sobre Argentina en la final del Mundial Sub-20, en la que de forma improbable la escuadra norteafricana se plantó; y no sólo eso, sino que, en ella, venció a la reina canchera que es fuente de peloteros enormes hasta lo divino (o sea, Diego Armando Maradona). El entrenador marroquí es belga: Mohamed Ouhabi. Que Marruecos haya derrotado a la siempre temible albiceleste tiene un fantaseo más allá del deporte: nada permanece sin acabar por decaer. Aquella genial frase del inglés Gary Lineker es pura historia: “El fútbol es algo donde juegan once contra once... y al final gana Alemania”.

El enorme negocio de la pelota con los pies transita hacia las gentes de piel morena que, bien cuidadas y con necesidad, suelen ser superiores físicamente. Miren a la selección francesa o al Real Madrid: rosáceos, lechosos, mediterráneos, castaños y rubicundos, hay los justos. Los hijos de los colonizados por la raza blanca se erigen en alfiles, torres, peones, caballos y proyectos de reyes –Lamine Yamal–, cuya migración hacia las antiguas metrópolis crea nichos de emancipación: ser jugador profesional es una opción de escapar de los banlieus y ser rico. ¿Integración? ‘Inshallah’, Dios mediante.

El marroquí no es caucasiano. En el plantel rojiverde se los percibe más blancos que negros: la geografía manda –o mandaba–-en la gama del color de piel. Su caleidoscopio racial incluye lo bereber, árabe y subsahariano; ancestrales genéticas fenicias y romanas; y, ya en la Vieja Europa, un mestizaje contemporáneo que no es masivo por disonancia cultural. Más allá del 1.500, en el césped son resistentes, técnicamente buenos y hasta virgueros con el balón. Solventes defensas. Veloces. La bravura controlada es un activo diferencial muy suyo. Sus jugadores de élite están hechos en las ligas europeas. ¿Estamos ante una nueva Brasil, paranaso del mejor fútbol? Quitémonos el cráneo: ¿estamos ante un nuevo factor geopolítico, intercontinental e intercultural?

En el Mundial absoluto de 2022, ya eliminaron a la estrella del vigente firmamento balompédico, España, extrañamente dirigida por Luis Enrique, hoy campeonísimo con el más rico club del mundo tras el Madrid y el City: el París o PSG, propiedad del fondo soberano de catarí, que ha ido obviando que la S y la G son por Saint Germain. La IA me canta que los únicos países del “tercer mundo” (?) que ostentan copas del Mundo son Argentina, Brasil y Uruguay. En el cuarto lugar de tal ranking de economías desiguales e inestables, ¿quién?: Marruecos.

Sostiene Antonio Leone que debemos ir juntando para ir a Norteamérica a seguir a España el Mundial del próximo verano. Visto lo visto en Chile, mejor no cruzarse demasiado pronto con sus sénior, su “absoluta”. Cuyos deslumbrantes canteranos se han pasado por la piedra a Argentina, como aguiluchos de elegante vuelo que cazaran raposas; atónitas predadoras oficiales. Depredadas a la postre con inusitada clase, clase musulmana.

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