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Un notorio jugador de fortuna y comisionista del miedo a perder la paz que siente Europa, Donald Trump, dice mentiras y se queda tan ancho: así, gran éxito, ha logrado cascarle a la Unión Europea un 15% de aranceles... y 6.000 millones para el coleto de sus petróleos y gases, quién sabe cuántos otros para su industria del armamento. En este plan, veremos cuál será el saldo de pérdidas y ganancias entre la potencia desgasificadora española y el rival francés, con su ubérrimo y valvular negocio nuclear.
Aquí, Sánchez miente y desmiente. Estar rodeado de pretorianos, que resultaron mangantes, no le cuesta la dimisión. Todo ello obra la degradación interior y la desconfianza hacia nuestro país en su entorno, la UE. Por mantener la baja espalda –ay, María Jesús– se perpetra un sistema de financiación autonómica del todo antiprogresista, antirresdistributivo y antisocialdemócrata. Montoro, del PP, se ha hecho rico a costa del Estado, justo cuando, como ministro de Hacienda, crujía a impuestos a la clase media y menos media, que tributa por IRPF y, ya sin distinción de renta, cada vez que compra cualquier cosa (IVA) o echa gasolina. Y no pasa ‘na’. No arde Troya; ni Génova ni, más calentita en el tiempo, Ferraz.
Caído en cierto desuso tras estar muy en boga, “calidad institucional” es un concepto que califica el desarrollo y la dignidad democrática de un país, su nivel de transparencia e imperio de la ley. Mas sin duda ignorábamos la corrupción de la política y de sus electos, y su daño en el sistema público de servicios esenciales. Una suficiente calidad institucional se tiene por rasgo y motor de la eficacia económica y la legitimidad y confiabilidad de un Estado. Y viceversa, claro. En cualquier caso, medir la calidad institucional no es como medir la temperatura, sino una abstracción derivada de lo que damos en llamar democracia. Pero calidad, se ve la justa.
Tener gobernantes que se guían por sus intereses de partido y personales, o esgrimen patrañas populistas antepuestas al mandato que ostentan, es garantía de decadencia. Sucede que, cuanto más golfos son algunos políticos y más vergonzantes sus mentiras y sus cabildeos de partido, más se acostumbra y más anestesiado se muestra el pueblo, ante los tejemanejes y virajes de timón que perpetran quienes rigen su nación o su municipio. El problema, observa uno, es que la corrosión de institucionalidad no se castiga en las urnas. Es un problema más allá de lo moral, es un vicio colectivo. Que daña la economía y jibariza los derechos de progreso y dignidad del país (o del ayuntamiento).
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