La COP de la selva

Tribuna Económica

Activistas medioambientales en la COP30. / Andre Borges

14 de noviembre 2025 - 05:30

La cumbre climática COP30 se está celebrando estos días, del 10 al 21 de noviembre, en Belém, en pleno corazón de la selva amazónica, cuando se cumple el 10º aniversario del Acuerdo de París. El escenario no puede ser más simbólico: un territorio que es clave para la salud del planeta y, al mismo tiempo, una de las regiones más golpeadas por la deforestación, la sequía y la degradación ambiental. En este contexto, la cumbre arranca con una pregunta incómoda: ¿cuánto de lo que se hace es realmente acción climática y cuánto es greenwashing, ese barniz verde que permite aparentar compromiso sin modificar el fondo del problema?

Brasil, como país anfitrión, ha organizado los trabajos en torno a grandes temas: la transición energética e industrial, la protección de bosques, océanos y biodiversidad, la transformación del sistema alimentario, la resiliencia de las ciudades y el acceso seguro al agua, el empleo verde y la educación ambiental. También se ha puesto el foco en los llamados “aceleradores”: financiación climática, inversión privada, innovación tecnológica y mercados de carbono.

La participación reúne a las 194 naciones de la Convención de la ONU, junto con delegaciones empresariales, organizaciones científicas, pueblos indígenas y sociedad civil. Sin embargo, el desequilibrio en el peso político vuelve a hacerse evidente. Las ausencias o la presencia de bajo perfil de Estados Unidos y China, los dos grandes emisores, dejan sin fuerza negociadora algunos de los debates esenciales. También persisten tensiones entre países desarrollados y economías emergentes, y sobre financiación, plazos y compromisos vinculantes.

Los organizadores brasileños han bautizado la cita como "la COP de la selva", pero debería también ser, como ha declarado el presidente Lula da Silva, “la COP de la verdad”. Hay mucha hipocresía climática. Por una parte, el sector privado y los gobiernos pueden anunciar ambición, pero sin controles estrictos cualquier compromiso corre el riesgo de quedarse en papel mojado. Sin normas estrictas, sin estabilidad regulatoria y sin criterios homogéneos que permitan evaluar de forma rigurosa el impacto real, es casi imposible distinguir los proyectos que transforman el sistema de aquellos que solo buscan mejorar la imagen. Por otra parte, hoy todos defienden que hay que luchar contra el cambio climático y reconocen que es consecuencia de la acción humana, pero esa misma acción humana impulsa a muchos a seguir desarrollando y financiando proyectos en contra de lo que dicen combatir.

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