El discreto encanto del progresismo

Tribuna Económica

Fotograma de 'El discreto encanto de la burguesía', de Luis Buñuel.

18 de septiembre 2025 - 03:59

OLO a los progresistas corresponde la máxima distinción demócrata. A los impertinentes de la derecha reaccionaria hay que ignorarlos, incluso si consiguen más apoyo popular en las urnas. Pero ojo, el reconocimiento ha de limitarse al ala progresista de la izquierda, porque la tradicional quedó estancada en la nostalgia de la transición. El único problema es el fastidioso empeño de la derecha en intentar aprovechar los incidentes imprevistos para impedir que se pueda disfrutar tranquilamente de la fiesta.

Todo comenzó con la invitación a formar gobierno al molesto vecino que no deja dormir y la aparición de los primeros contratiempos. Entre ellos, la rebaja de penas a maltratadores y violadores, además del estropicio en el mercado de la vivienda por los obstáculos a la inversión y la inseguridad jurídica en los alquileres. Luego vino la ruptura con Argelia y la pleitesía nunca explicada, aunque sí sospechada, a Marruecos. Después los indultos a delincuentes, acercamiento de presos, el apagón y los incidentes ferroviarios, todos ellos sin cobertura presupuestaria. Tampoco para la amnistía, aunque ya veremos si afecta a la condonación de la deuda autonómica o la financiación singular a Cataluña, y a la espera de conocer los beneficios para hogares y empresas de obligar a estas a atender en catalán fuera de Cataluña.

Con la economía creciendo más que en ningún sitio, las mayores molestias son el goteo de casos de corrupción y los abucheos en público. Los salarios de pobreza, el estancamiento de la productividad y la asfixia fiscal a familias y empresas son incidentes menores, mientras que los huecos en el mercado de trabajo que no cubren los españoles se llenan, afortunadamente, con los inmigrantes, que también ayudan a aclarar el oscuro panorama demográfico de un país donde muere más gente de la que nace.

Como en el Discreto encanto de la burguesía, donde Luis Buñuel reunía a un grupo selecto de gente de bien, es decir, de ricos, a disfrutar de una opípara cena, sobre la que se suceden acontecimientos absurdos que interrumpen constantemente la celebración. Aparecen las contradicciones y la debilidad de los principios morales de los comensales, hasta que al final se descubre que todo forma parte de un teatro, con el público enfadado por el retraso de la función. Como los indignados progresistas, que no entienden el empeño de tanta gente en impedir disfrutar de lo que, como cantaba la Lupe, no es más que puro teatro.

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