El Apuntador
Miguel Ángel Noceda
El valor del porcino
Tribuna económica
Andalucía vive hoy una paradoja económica, digna de un estudio de caso en las escuelas de negocio. Imaginemos un país sentado sobre las mayores reservas de petróleo del mundo, pero que no fuera capaz de refinarlo o utilizarlo óptimamente. Esa es, esencialmente, la situación de la comunidad autónoma en la era de la transición energética. El sol y el viento andaluces son el "petróleo" del siglo XXI, un recurso infinito, autóctono y barato que, según la teoría económica debería atraer fábricas, centros de datos y plantas de hidrógeno como un imán irresistible.
De hecho, el capital está buscando inversores de buena parte del mundo, desde gigantes tecnológicos hasta multinacionales químicas, querrían instalarse allí donde la energía es barata para "enchufarse" al sol y al viento. Pero en nuestra región (y en España) se encuentran con restricciones físicas para hacerlo. Por ello corremos el riesgo de perder el tren de las renovables.
El problema se encuentra en una red eléctrica saturada, planificada con mapas del siglo XX para una realidad del siglo XXI. Resulta paradójico que, en la región con mayor radiación solar de Europa continental, un centro de datos en Málaga capaz de crear 1.200 empleos de alta calidad lleve siete meses esperando un simple acceso a la red. O que el Valle del Hidrógeno en Huelva, vital no solo para Andalucía, sino para la descarbonización de toda Europa, tiemble ante la incertidumbre de si habrá capacidad para alimentar sus electrolizadores.
El problema no es de recursos; Andalucía los tiene todos. El problema es de cables y, sobre todo, de burocracia. Mientras la realidad industrial avanza a velocidad digital y los consejos de administración toman decisiones de inversión en semanas, la planificación eléctrica estatal se mueve a ritmo de eones, con planes rígidos que llegan sistemáticamente tarde y mal a las necesidades del territorio.
Estamos ante el riesgo real y tangible de repetir errores históricos que han lastrado al sur durante siglos: convertirnos, una vez más, en meros extractores de materia prima. En el siglo XIX fueron las minas de Riotinto; en el XXI pueden ser los parques fotovoltaicos. Si nos limitamos a exportar electrones verdes hacia el norte para que sean las fábricas alemanas o francesas las que generen valor añadido, habremos fracasado. Andalucía no quiere ser la batería de Europa; quiere ser su fábrica.
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