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Análisis
Cuando se cierre el telón de 2025, los mercados financieros habrán estado jalonados por una serie de contrastes que difícilmente serán olvidados. Entre un floreciente desempeño europeo, la montaña rusa estadounidense y la convulsión de los criptoactivos, este año ha sido, por decirlo suavemente, un ejercicio de prueba sobre los límites de la globalización económica, la política económica proteccionista y el nuevo papel de los activos digitales en las carteras de inversión. Europa ha sorprendido favorablemente en 2025. Los principales índices bursátiles del continente han mostrado revalorizaciones sostenidas, apoyados por un mayor crecimiento económico más estable de lo esperado y una inflación que se mantuvo cerca del objetivo del BCE. Esta relativa calma ha permitido que sectores como la banca, las energéticas y la salud lideren las ganancias. El Íbex 35, por ejemplo, ha superado resistencias históricas y ha batido récords semanales consecutivos impulsado por la banca y otros grandes valores. Este sólido comportamiento europeo no estuvo exento de desafíos: la fragmentación económica interna y las tensiones geopolíticas —incluyendo la prolongada guerra en Ucrania y las presiones externas derivadas de la política estadounidense— plantearon notables riesgos. Aun así, muchos destacan que la economía de la Eurozona entró en 2025 con una posición relativa aparentemente más sólida frente a Estados Unidos, con menor déficit y un mejor perfil inflacionario, lo que ha favorecido a los activos de riesgo europeos.
Si Europa fue un oasis de estabilidad relativa, Estados Unidos vivió un año de auténtica película bursátil. La primera mitad de 2025 comenzó con un mercado alcista apoyado en grandes tecnológicas, expectativas de innovación en inteligencia artificial y una economía que parecía resistir el envite de la política monetaria. Sin embargo, la llegada de nuevas medidas proteccionistas bajo la administración de Donald Trump marcó un antes y un después. El 2 de abril con la imposición de aranceles generalizados sobre importaciones generó un shock inmediato: las bolsas estadounidenses, incluyendo el Nasdaq —el principal índice tecnológico del país— sufrieron ventas masivas. La tensión sobre la deuda americana fue enorme también. Lo que algunos analistas calificaron como un «colapso bursátil» del año reflejó la vulnerabilidad de Wall Street ante la política comercial más agresiva. Aunque esa tensión se revirtió con el anuncio de una mayor voluntad negociadora de EEUU una semana más tarde, estos aranceles y la intensificación de disputas comerciales incrementaron la volatilidad del mercado, provocando un “vértigo” especialmente pronunciado en noviembre, cuando las grandes tecnológicas registraron caídas en sus cotizaciones y arrastraron al Nasdaq y al S&P 500. Toda esta incertidumbre aumentó la aversión al riesgo. Además de los aranceles, la administración Trump ha promovido medidas de desregulación financiera con la intención de impulsar el desarrollo de los mercados de criptoactivos, entre otros, el crédito y la inversión en ese país. Estas políticas también plantean riesgos sistémicos a medio plazo, que además quedan fuera de la supervisión más rigurosa.
El mercado de criptoactivos —que comenzó el año con expectativas de madurez y una mayor integración institucional— terminó 2025 con una fuerte corrección a finales del año. Bitcoin, Ethereum y otros tokens digitales experimentaron volatilidad exacerbada por el giro proteccionista de EEUU, la fortaleza del dólar y el aumento de la incertidumbre global. Esta corrección, similar en magnitud a episodios anteriores de tensiones financieras, recordó a muchos inversores que la alta liquidez de los criptoactivos no siempre protege contra movimientos bruscos del mercado. Las políticas regulatorias también jugaron un papel central en la evolución del mercado cripto este año. En Europa y Estados Unidos se avanzó en marcos regulatorios -sobre los que hay mucho por hacer aún- que vigilan la operativa y supervisión de activos digitales, especialmente stablecoins y otros criptoactivos, aunque las diferencias entre jurisdicciones plantean nuevos retos a la adopción global.
En el segmento de los activos refugio, el oro y la plata vivieron etapas ascendentes intermitentes durante 2025. La demanda de oro, en particular, se reforzó en periodos de alta volatilidad bursátil y tensión geopolítica. Muchos analistas proyectan potenciales alzas persistentes del oro incluso bajo escenarios de incertidumbre prolongada, aunque siempre con notables oscilaciones. El petróleo cerrará el año con movimientos también relevantes. Las sanciones estadounidenses contra gigantes energéticos rusos como Rosneft y Lukoil impactaron la dinámica del crudo global, reduciendo el flujo de exportaciones y reconfigurando los equilibrios de oferta. Esto, junto con la demanda fluctuante de Asia y Europa, mantuvo al barril en una banda de precios significativamente a la baja que generó oportunidades pero también riesgos de déficit de suministro y mayor volatilidad.
Mirando hacia 2026, parece que existe una cautela optimista. En Europa, se espera que la consolidación del crecimiento y la posible focalización en sectores estructurales como infraestructura, tecnología y banca sigan atrayendo capital. El impulso alemán y una posible revisión adicional de normas financieras podrían seguir impulsando a los mercados bursátiles del continente. En Estados Unidos, la divergencia entre política fiscal/proteccionista y la necesidad de estabilidad económica podría seguir generando altibajos. Asimismo, la elección de un nuevo Presidente de la Reserva Federal será uno de los grandes hitos del año, que claramente marcará la estrategia monetaria en Estados Unidos y más allá. Por último, el reto para los inversores de Wall Street será equilibrar impulso tecnológico con fundamentos macroeconómicos sólidos, mientras que los efectos de políticas arancelarias tardarán en disiparse.
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