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ISRAEL es un Estado confeccionado, junto con el de Palestina, para un pueblo singular y con una influencia per capita por la que siempre ha estado señalado. Judíos, gente desparramada ligada a la religión primigenia de un Dios, y uno solo, aunque ateos se cuentan por millares en su condición más cultural y moral que étnica. Sin cómodas absoluciones: con la obligación moral del perfeccionamiento, la observancia de la Ley y el cuidado de la comunidad. Del judaísmo, el cristianismo es un hermano menor; un secreto a voces y una evidencia. El sionismo es su cara política.
En contra de muchos, Israel es desde 1948 un Estado artificial –como casi todos–, avalado por el genocidio nazi y por su silente influencia mundial. Su poder es el que deviene del principio que establece, desde hace océanos de tiempo, que para ser judío hay que saber leer, y, eso lo diferencia de las otras religiones-Estado, cuyos fieles eran y son ágrafos sometidos por tiranos y supercheros predicadores de malos dioses y guardianes del odio.
Vicios antropológicos de los que el cristianismo se ha liberado. No así el tercer y último credo monoteísta, que estalla teocrática y militarmente desde el Corán, cuyo amor es eliminar al infiel y cuidar al fiel propio con caridad, prohibiciones y castigos severos, sin que el perfeccionamiento individual fuera más que un peligro. Como la mujer. La igualdad cotidiana no cotiza en la conciencia del antisemita hispano. Que abunda escorado a babor, pero también ciñendo con brío a estribor.
No es todo así ni asao hoy. La historia de los humanos fluye, deja meandros aislados, provoca riadas mortales, y cuece a los débiles, con las guerras como mayor vehículo y excrecencia humana. Ya no es analfabeta la masa que, por designio divinoide, conforma la grey creciente que –oiga, como los lacayos del Señorito Iván de Los santos inocentes, siglo XX español– se ve obligada a recitar de memoria textos sagrados, en ausencia de acceso a la lectura o la escritura.
Musulmanes y hebreos, dicen los textos sagrados y la leyenda, son hermanos bastardos desde mucho antes de Cristo. Aunque proeles de la ciencia y la cultura, los judíos suelen ser aquí repudiados por predicadores ateos (y por dictadores, gallegos o no). Por marranos o por ser plutócratas de logia de rascacielos. Un magma de gran heterogeneidad, donde cabe el ultraortodoxo observante de la culpa, y también al sindiós racionalista. Por no mencionar cuánto converso que salvó el cuello... para quizá ser antepasado de usted o de mí.
Israel no es Netanyahu, ese asesino oficial. Netanyahu era el peor enemigo militar al que provocar con la siniestra matanza de Hamás/Irán (que a usted y a su forma de vivir odian: apuesten doble contra sencillo). Anunció Israel que perpetraría cualquier crimen masivo, en venganza. No rendirse y no devolver a los rehenes ha sido la estrategia yihadista, inmolando a sus propios inocentes. Muchos miles más han sido las bajas de los mártires suyos que las de los israelíes. Todos eran vidas, todos están muertos. Ninguna, espero, era un ser querido de usted. Los mutilados y desventrados cercanos dinamitan el corazón de sus seres queridos. Y viceversa, espantosamente. No mintamos. No seamos fariseos. No juguemos a hinchas en la ceremonia del horror ajeno. Lejana, a la postre; plácidos narcisos.
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