Esplendor y derribo del rey del resort

Turismo

Salvador Moll, el artífice de Novo Sancti Petri, cuenta por primera vez la “conspiración” que los despojó de Royaltur, que aspiraba a ser la primera cadena hotelera española: "Qué tontos fuimos. Nos lo quitaron todo a coste cero"

Salvador Moll, en su casa de Aracena, rodeado de documentos sobre el caso Royaltur / Julio González

“Es de justicia dedicar esta glorieta a Jaime Moll porque fue el impulsor y promotor de Novo Sancti Petri, donde invirtió casi 300 millones de euros a finales de los 80 en un proyecto sostenible que permitió que apareciese una nueva Chiclana y un nuevo contexto turístico para la provincia de Cádiz”. Con estas palabras pronunciadas el pasado 2 de octubre el alcalde de Chiclana, José María Román, honraba la memoria de un empresario decisivo para el desarrollo de la localidad.

Cuando Moll llegó, Chiclana era un pueblo de 35.000 habitantes; hoy está por encima de los cien mil y el Novo, como se conoce popularmente, es la arteria que en buena medida alimenta la economía de la zona con sus casi tres millones de pernoctaciones. Sus 12.000 plazas hoteleras dan empleo a 3.786 personas en temporada alta.

Ese día estaba presente en el acto de inauguración de la glorieta que distribuye el tráfico entre la Cañada de los Carabineros y la calle Octavio Augusto, un lugar en el que hace casi 40 años no había absolutamente nada, el hijo de Jaime Moll, Salvador. Y ese día Salvador pensó que también era de justicia contar una historia poco conocida en Andalucía: cómo la familia Moll fue despojada de su ‘imperio’ turístico. Porque Jaime Moll murió en 2017 después de perder batalla tras batalla para recuperar el patrimonio que le arrebataron en "una alucinante operación de engaño" el 21 de diciembre de 1993.

Inauguración de la glorieta Jaime Moll, el pasado 2 de octubre

Quedo con Salvador Moll en su casa de Aracena, una coqueta vivienda en el centro, ni modesta ni lujosa. En este pueblo serrano de la provincia de Huelva, conocido por sus cuevas y sus carnicerías, vive Salvador desde hace veinte años. Es algo parecido a su retiro. Apenas queda rastro de aquel joven con aire elitista y fama de playboy que se desplazaba con un Porsche gris metalizado por Chiclana. Salvador fue el designado por su padre para gestionar sus negocios hoteleros en Andalucía. Realmente, fue Salvador el artífice de poner en marcha el Novo. Tras perderlo, el que iba a ser un heredero de una inmensa fortuna se tuvo que buscar por su cuenta la forma de ganarse la vida. Invirtió en un hotel en Isla Cristina y alguien le habló de una parcela en Aracena que hoy es el mayor hotel del pueblo, aunque ahora pertenece a la cadena Barceló. Aquí Salvador, casado tres veces, conoció a la mujer, su cuarta mujer, con la que no se casó y resultó ser la definitiva. Con su cuerpo fibroso de deportista asume que “ya estoy jubilado, pero aún hay muchas noches que sigue viniéndome a la cabeza lo que sucedió hace treinta años”.

¿Quién era Jaime Moll?

Pero empecemos por el principio. ¿Quién era Jaime Moll? El que llegó a ser uno de los hombres más ricos de Baleares nació en Menorca en 1924. A los nueve años murió su padre y siendo un niño ya tuvo que cavilar cómo llevar comida a casa. Como muchas fortunas de la clase empresarial de las islas la de Jaime Moll se cimentó en el contrabando de tabaco y café durante el franquismo. Pero no sólo eso, también whisky, medias, bolígrafos, jabón, motores con los que extraer agua del subsuelo de Mallorca e incluso penicilina. Salvador habla con orgullo de aquella etapa: “En Palma no había nada. La isla se abastecía con los contrabandistas que metían la mercancía desde Tánger. Y sí, mi padre fue el contrabandista más respetado, más astuto, más audaz, más serio, más generoso y valiente del Mediterráneo. Tenía una tripulación modélica que le seguía con los ojos cerrados. Jamás le cogieron ni una caja de tabaco, ni un grano de café”.

Salvador está convencido de que a principios de los 60 su padre posiblemente fuera el mallorquín con más dinero en metálico de Palma. Lo invirtió primero en una empresa de distribución de hierros y luego en una marca de café, Jamaica, y otras de jabón y de vino espumoso hasta que en 1969, a los 45 años, decide que lo suyo es el turismo. Adquiere los mejores terrenos, siempre a pie de playa, y funda Royaltur, con la que va a construir doce hoteles. Incluso es el primero en entablar relaciones con el gobierno cubano para saltar el charco.

A mediados de los 80 tiene en mente la construcción de lo que va a ser la joya de la corona, el Royal Mediterráneo. 400 habitaciones y 300 apartamentos en plena playa de Sa Coma. El terreno se lo ha vendido Rafael Galea, “un tío simpático, muy echao palante, fanfarrón y un arribista total, no tenía ningún complejo. Comercialmente era bueno, pero a nivel de trato peligroso”. Muchos años después Rafael Galea se convirtió en uno de los promotores que llevaría a la quiebra a la Caja de Ahorros del Mediterráneo con aquellos negocios de terrenos sobrevalorados de la década de la burbuja.

La cuestión es que Galea es la conexión que va a tener Jaime Moll con Andalucía, en concreto Jerez, y ese va a ser el bautismo de fuego de Salvador. Galea está en tratos con Pedro Pacheco para convertir el antiguo hotel Los Cisnes, situado en la principal calle de la ciudad, Larga, en un centro comercial. Moll huele negocio en Jerez por la Fórmula 1, pero también por la cercanía con lo que va a ser la Exposición Universal de Sevilla del 92. Galea concierta una entrevista entre los Moll y Pedro Pacheco: “Era 1985. Pacheco nos contó que tenía un buen terreno y allí había mucha carencia de plazas hoteleras. La finca estaba en plena avenida Álvaro Domecq, 20.000 metros cuadrados por 120 millones de pesetas. Mi padre no se lo pensó, hizo el cálculo. 174 habitaciones, un hotel de cuatro estrellas y posibilidad de hacer viviendas para recuperar la inversión. A la hora habíamos firmado el contrato”. Este hotel sería el Royal Sherry Park.

Para diseñar el hotel los Moll se trajeron de Mallorca a su propio arquitecto, Juan Antonio Morro, que después se encargaría del desarrollo del Novo y contrataron una pequeña constructora llamada Padrós, a cuyo frente se encontraba el hoy presidente del Real Madrid, Florentino Pérez. Florentino cumplió. En nueve meses entregó el hotel y fraguó una estrecha amistad con los mallorquines.

Qué coño, lo compramos todo

Poco antes de la inauguración del Sherry Park, en octubre de 1987, Pacheco comunicó a Salvador que el alcalde de Chiclana, Pepe Mier, quería enseñarle algo. “Quedamos justo a la entrada de la playa de La Barrosa, donde entonces estaba el antiguo cuartel de la guardia civil. Lo que quería enseñarme era un terreno. Entré en la finca, me asomé a esa playa majestuosa y aluciné. Me dije cómo puede ser que esto esté sin construir, aquí tiene que haber algo raro. Te estoy hablando de una finca de 460 hectáreas aunque después el vendedor, que era gente de un laboratorio farmacéutico, se quedó con 70 hectáreas. Volví al hotel, llamé a mi padre y le dije tienes que venir a ver esto. Vinieron mi padre y mi hermano Antonio. Yo les dije que había pensado que podría estar bien comprar la mitad, 280 hectáreas. Mi padre me miró un momento, no sabía si le parecía bien o mal lo que había pensado y entonces soltó en mallorquín un ‘què cony, ho compram tot” (qué coño, lo compramos todo)”.

Salvador Moll, con el alcalde de Chiclana, Pepe Mier, y el presidente de la Diputación, Alfonso Perales, en la firma de los terrenos en 1987

El proyecto pedía un campo de golf, lo tenía claro Salvador y lo tenía claro el alcalde, Pepe Mier, que estaba preparando a toda prisa el plan parcial que marcaba los metros edificables con una parte residencial, otra hotelera y una tercera de uso deportivo: el golf. Pero Salvador no sabía nada de eso, “no había cogido un palo en mi vida. Nosotros a lo que nos dedicábamos era al sol y playa. Así que llamo por teléfono a la federación de golf y hablo con la presidenta y digo mira, represento a una empresa de turismo y queremos hacer un campo de golf, pero es que no hemos hecho ninguno antes, así que no sé cómo se hace eso”. La presidenta le dio un teléfono con prefijo de Santander y le recomendó que llamara allí. Lo que le había dado era el teléfono de Severiano Ballesteros. Por entonces Severiano Ballesteros estaba en la cima del mundo. Había ganado en un solo año el Master de Augusta y el British Open. “Me lo cogió el hermano de Seve, que era el que le llevaba la contabilidad y yo le conté mi historia. Él simplemente me contestó: nosotros cobramos un millón de dólares por eso. No vio el respingo que yo di. Un millón de dólares, caray, pero bueno, me recompuse y le dije que yo no sabía si era ni mucho ni poco, pero que por qué no venían a ver el terreno”. Los Ballesteros fueron a Chiclana semanas después y no se lo pensaron mucho: “Pinos, playa, suelo arenoso y ondulado... Nos interesa. Haremos un gran campo. Firmemos el contrato”. “¿Y cuánto cobraron, Salvador?”. “Un millón de dólares, ni un dólar más, ni un dólar menos.” El Novo, definitivamente, estaba en marcha.

El movimiento de Moll atrajo a los otros dos grandes nombres del turismo balear. Juan Llull, el fundador de Hipotels, aterrizó en el Novo y negoció con Moll la compra de una de las parcelas para instalar el segundo hotel. A día de hoy ya tiene tres más. Ya años después sería el momento del tercer as del trío, Miguel Fluxá, creador de la marca Iberostar, actual propietaria del origen de este complejo turístico: el hotel de Moll y el campo de golf.

Salvador cuenta cómo se estructuró el negocio andaluz: “Creamos una sociedad de capital familiar que se llamó Resort Andalucía, aunque dimos entrada también a Florentino Pérez con un 20% y a Rafael Galea con el 17%. Al tiempo Florentino se salió porque nos dijo mira, yo no soy hotelero y ACS me absorbe mucho tiempo, así que nos devolvió las acciones. Por entonces ACS no era ni mucho menos lo que es ahora, pero era cierto que crecía muy rápido. A mí mi padre me dio el 27% y también metimos con un 7% a alguien que era como de la familia. Se llamaba Luis Javier Quetglas, había estudiado conmigo en La Salle y éramos uña y carne. Mi padre también le apreciaba mucho y tenía toda la confianza en él. Era un tipo brillante, se había licenciado en Deusto y se había sacado un puesto como inspector de Hacienda. Le propusimos que llevara la parte financiera de la sociedad. Mi padre fue generoso. Le propuso cancelar la hipoteca de la casa que tenía en Palma, regalarle una casa en la avenida Álvaro Domecq, dos parcelas en el Novo y las acciones que te he comentado. Aceptó. Pidió una excedencia y se vino a vivir a Jerez”.

Quetglas era el hombre de las cuentas y se puso a hacerlas. La compra de terrenos había supuesto 1.500 millones de pesetas, el campo de golf, un millón de dólares, y luego las dos promociones inmobiliarias, la urbanización del terreno y el hotel Royal Andalus. En total, entre 1987 y 1990 habían salido de caja 8.000 millones de pesetas, y eso sin contar el hotel que se estaba construyendo en Sa Coma, ‘la joya de la corona’. “Fue el primero que asustó a mi padre. Le dijo: Don Jaime, creo que tenemos que hacer una suspensión de pagos. A mi padre se le cambió la cara. Qué me estás diciendo. ¡Suspensión de pagos! ¡Yo nunca he devuelto un solo pago! ¡Yo le he llegado a prestar dinero al Crédito Balear!”.

Pero el consejo de Quetglas no quebrantó tanto a Moll como la llamada que recibió poco tiempo después. La iba a hacer Simón Galmés. Quién era Galmés se explica fácil: era el hombre más poderoso de las Islas. Era el vicepresidente de la Banca March, los ojos y las manos de Carlos March en Palma. De él se escribiría años después en el Diario de Mallorca: “El verdadero poder consiste en no aparecer en la prensa. Simón Galmés lo ejerció en los años ochenta, cuando el vicepresidente de Banca March era el único banquero español sin una carrera universitaria. Su nombre no podía aparecer en los periódicos ni para elogiarlo, sin su previo consentimiento”. Una decisión suya podía significar la viabilidad o el fracaso de cualquier empresa. En ese sentido Moll podía estar tranquilo. Galmés era su compadre. Cada verano compartían yate los Moll y los Galmés, el yate de los Moll, el Sancti Petri, en excursiones a Menorca. “Mi padre pisaba la planta noble de la central de la Banca March como si fuera su casa. Iba al despacho de Simón y le decía necesito, pongo por caso, 400 millones, firmaba y ahí estaban los 400 millones”. Pero esa llamada no traía buenas noticias. “Jaime, que Carlos (March) me dice que qué pasa con esos créditos, que es mucho dinero”. “Pues qué va a pasar con los créditos, Simón, pues que se van pagando. Sabes que tengo para responder”. “Sí, ya, Jaime, pero fíjate la crisis que tenemos encima”. Era el año 92 y tras la euforia olímpica y de la Expo España se sumergía en una profunda resaca al punto de entrar en recesión con unos niveles de paro salvajes. La peseta tuvo que devaluarse para hacer frente a la situación. Para colmo había estallado la burbuja inmobiliaria en Japón -ocurriría lo mismo quince años después en toda Europa- y buena parte de las operaciones de Moll se hacían en yenes, lo que afectó a la tesorería del Grupo.

El asalto

Salvador está seguro que ahí ya se estaba fraguando el asalto al patrimonio Moll, que posteriormente los peritos tasarían en 35.000 millones de pesetas. Era lo que avalaban unos créditos con March que por entonces rondaban los 8.000 millones de pesetas, prácticamente todo lo que había costado la operación de Chiclana. Fuentes del sector que vivieron aquellos días, los primeros pasos del Novo, no ponen en duda que las amistades de Moll le traicionaran, pero también afirman que “a Jaime se le acabó la gasolina. Él no tenía un cultura empresarial de la época, venía de otro tiempo. No midió. Y sí, tenía ese patrimonio, que era inmenso, pero en aquellos años ese patrimonio no valía nada por la razón de que nadie lo iba a comprar”.

Mi padre cogió una depresión que creíamos que se moría, estuvo hospitalizado un tiempo…”

“Aquello fue un golpe muy duro para mi padre -continúa Salvador-. El que consideraba uno de sus mejores amigos, aquél en el que tenía una fe ciega, le estaba diciendo que saldara una cantidad que en ese momento no tenía porque estábamos en plena expansión, le trataba como si no tuviéramos nada. No tenía sentido y, de hecho, luego nos enteramos que Carlos March ni siquiera sabía nada de esto. Mi padre cogió una depresión que creíamos que se moría, hablaba solo, no dormía. Estuvo hospitalizado un tiempo…” Simón Galmés reapareció con una solución. Tenía un grupo de inversores muy potentes que tenían detrás a Aguas de Barcelona o Credit Agricole que estaban dispuestos a inyectar 15.000 millones en Royaltur a cambio de quedarse con la mitad de las acciones. De ese modo se saldaba la deuda y quedaban otros 7.000 para adquirir más hoteles y salir a Bolsa. El gran error que cometió su padre, según Salvador, fue no comprobar quiénes eran estos inversores. “Se fio de Galmés, Galmés no podía engañarle”. Si lo hubiera hecho, hubiera descubierto que detrás de estos inversores no había nadie. “Créeme -le dijo Galmés-, estos tíos son unos fenómenos”.

El ‘fenómeno’ respondía al nombre de Juan Piguillem y los Moll iban a conocerle en una noche onírica. Piguillem celebró una cena en una mansión de Valdemosa alquilada para la ocasión. “Se fue a Persépolis, el principal anticuario de Palma, y le pidió muebles antiguos, alfombras, cuadros de valor, marfiles… Los devolvería dos días después. Después se fue al concesionario de Mercedes y pidió tres para probarlos. Esa noche los puso a la entrada de la casa de Valdemosa. Contrató a un mayordomo y al resto del servicio para esa noche. Incluso una mujer de rasgos hindúes hizo de su esposa y él la presentó como princesa de algo”. Con este hombre fue con el que Jaime Moll firmó en agosto de 1993 una declaración de intenciones en la que existía el compromiso de entregar el dinero que iba a salvar Royaltur en un plazo no superior de cien días a través de una sociedad que bautizaron como Geinsa.

“Van pasando los meses y no se ve ni un puñetero duro, pero ellos se meten en nuestra sociedad, tienen las llaves de nuestras oficinas, hacen y deshacen, empiezan a ver nuestros libros de contabilidad. Actúan con una prepotencia absoluta, casi humillante, y el dinero no llega nunca. Mi padre le dice a Simón oye, qué pasa, que falta una semana para que se cumpla y aquí no han aportado nada. No te preocupes, Jaime, le dijo Simón, que vamos a convertir el contrato de intenciones en un contrato único”.

Ese contrato único se firmó el 21 de diciembre de 1993 en la sede de la Banca March. Y con ese contrato los Moll perdieron Royaltur y todo lo que tenían. Esa noche antes de Navidad con gran solemnidad Simón Galmés introdujo el contrato en una caja fuerte y, a continuación, se realizaron treinta operaciones con corredores de comercio y los Moll entregaron sus acciones. Aquel contrato que se introdujo en la caja fuerte nunca más volvió a aparecer. “Desapareció, como te lo digo -narra aún perplejo a día de hoy Salvador-. Simón dijo que no sabía dónde estaba. En ese contrato estaban los 15.000 millones que nunca se aportaron. Es difícil de creer, pero fue así. Simón nos había estafado”.

Y es cierto, es difícil de creer y así se lo digo a Salvador. “El contrato era tan enrevesado que, de alguna manera, tenían mayoría sobre nosotros sin haber soltado un duro. En un periodo de un año se van a realizar todas las operaciones de la carta de intenciones, las operaciones que les interesaban a ellos, pero el contrato no apareció nunca. Entregamos las acciones a cambio de nada. Mi hermano y yo no queríamos firmar, el contrato era imposible de entender, pero mi padre, que entonces tenía 69 años, pegó un golpe en la mesa y te aseguro que a mi padre cuando se le cruzaban los cables era mejor no estar cerca. Os lo he dado todo y aquí se hace lo que digo yo. Y sí, firmamos, y luego muchos abrazos y tal. Nos la habían metido doblada”.

Los nuevos ‘socios’ se movieron rápido. Se conformó la inmobiliaria Alcázar que se movió en dos sentidos y ninguno tenía que ver con promover nada ni en crear nuevos hoteles. Por un lado, empezaron a buscar mercado para deshacerse de inmuebles y parcelas de Royaltur y Resort Andalucía ofreciendo gangas; por otro, consiguieron un crédito para hacerse con la propiedad entera del patrimonio Moll. Se fijó el precio de esas acciones en 2.340 millones de pesetas. Era eso o, como les dijo, Piguillem, "a la puta calle". Salvador reconoce que su padre se encontraba KO. La situación era desesperada, de modo que cogieron el dinero, “era un 15% de lo que valían las empresas, pero lo irónico es que nos pagaron con las hipotecas de nuestro propio patrimonio. En toda esta operación Piguillem no puso ni una sola peseta. Se hizo en unos pocos meses con todo lo que mi padre tanto esfuerzo le había costado levantar durante toda una vida a coste cero”. Como un castillo de naipes, todo fue cayendo: el Sherry Park, el Royal Andalus, el Royal Mediterráneo, aquella ‘joya de la corona’...

El juicio

Fue la rabia lo que salvó a Jaime Moll. Cuando se dio cuenta de lo que había sucedido, de todo lo que había perdido, decidió pelearlo en los tribunales. “Fueron doce años. A mi padre lo veía tan convencido, tan ilusionado, que le dio una vida porque estaba seguro de que ganaba el pleito. Su depresión no le dejó ver más allá de las narices. Cuando empezó a entender las cosas, se dijo qué tonto he sido. Y sí, qué tontos fuimos. A mi padre le entró la rebeldía y se dijo ahora voy a por ellos. Se gastó cerca de dos millones de euros con el pleito”. El día que le tocó declarar estábamos ya en 2009 y él había cumplido los 84 años. Lo hizo durante tres horas, "de pie, no le dieron ni un vaso de agua, pero él estaba fuerte. Era su momento".

Quizá no nos dimos cuenta que estábamos combatiendo no contra los acusados, sino contra la Banca March y en Mallorca se hace lo que diga la Banca March”.

Moll logró sentar en el banquillo a Simón Galmés y a Juan Piguillem. Las cosas también eran muy diferentes para ellos. Durante años Galmés había creado una banca paralela para su propio beneficio dentro de la Banca March, lo que le había generado una gigantesca fortuna que le dio para ser el primer banquero con un hipódromo privado en Manacor con boxes climatizados y estucados. En 1995 Carlos March destituyó a Galmés tras descubrir su acumulación de fiascos y sus modos de proceder. Por su parte, Piguillem también fue botado de la Inmobiliaria Alcázar por administración desleal. La última vez que se supo de él fue cuando una jueza de Inca decretó en 2013 una orden de detención por un delito continuado de estafa. Por entonces, algunos situaban al que en Mallorca se conocía como ‘el Mario Conde Rubio’ en el Sudeste asiático.

En el juicio los acusados se defendieron afirmando que, en realidad, la inmobiliaria Alcázar había salvado a Moll. Fueron muy duros en algunos aspectos sobre la situación de Royaltur. Piguillem declaró que Moll no sabía ni lo que debía: “En una reunión Jaime Moll incluso tiró una calculadora a uno de sus hijos y le espetó: ¿Me puedes decir qué cojones debemos? Porque no lo sabemos". Según su testimonio, “todo el mundo quería vender y salir corriendo, coger su dinerito y acabar con el grupo; cada hermano quería hacer su vida".

Salvador Moll, durante la entrevista / Julio González

La sentencia fue demoledora. Como se escribía en las crónicas, Moll era el empresario español que “más se ha gastado en perder un juicio”. La juez absolvió a los acusados y calificó la querella de Moll como “temeraria”. “No acertamos con los abogados, que eran de Mallorca. Tendríamos que haber contratado abogados de fuera. Primero no entiendo cómo permitieron que firmáramos aquel contrato único que nunca apareció y luego su papel en el juicio fue lamentable. El fiscal anticorrupción se puso de parte de los acusados. Quizá no nos dimos cuenta que estábamos combatiendo no contra los acusados, sino contra la Banca March y en Mallorca se hace lo que diga la Banca March”.

Salvador se emociona, rodeado de cientos de papeles, lo que él considera que son las pruebas de una descomunal estafa. Treinta años después todavía escuecen las palabras que dijo su padre tras conocer la decisión judicial: “Si la vida fuera como un interruptor, ahora mismo lo apagaría. Eso fue lo que dijo tras perder el juicio. Y así fue. Mi padre se apagó para siempre”. ­

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