Regulación bancaria

Tribuna Económica

La presidenta del Banco Santander, Ana Botín, junto al director ejecutivo de JP Morgan Chase, Jamie Dimon, y el presidente deI IIF, Tim Adams. / EFE

11 de diciembre 2025 - 05:30

Ana Botín fue demoledora hace unos días en su alegato contra el exceso de regulación bancaria en Europa. Comparaba la experiencia europea con la norteamericana concluyendo que la sensación de asfixia impide la innovación y limita la capacidad competitiva, no solo de la banca, sino del conjunto de la economía europea. En cierto modo, el Gobernador del Banco de España, el exministro Escrivá, le daba la razón y sugería aprovechar la inercia del avance en la armonización de la regulación para intentar también hacerla más racional.

En los Estados Unidos de Donald Trump lo tienen claro y han decidido avanzar, no hacia la simplificación normativa, como reclama Botín, sino directamente hacia la desregulación. Lo hacen teniendo en cuenta que en el horizonte inmediato de 2026 destacan dos poderosos elementos disruptivos, cuya trascendencia real se me escapa por su complejidad, pero a los que intuitivamente atribuyo una considerable potencia desestabilizadora: la inteligencia artificial y las criptomonedas.

La nueva administración norteamericana se ha mostrado decididamente partidaria de la adquisición de activos digitales por parte de la banca y la Oficina de Control de la Moneda del Departamento del Tesoro ha decidido autorizarla a intermediar en operaciones en criptomonedas sin riesgo, entendidas como transacciones simultáneas de compraventa. Las críticas no han tardado en aparecer, advirtiendo del peligro de cobertura de operaciones de blanqueo de dinero y corrupción e incluso de transmisión de riesgos sistémicos.

El futuro inmediato se presenta cargado de desafíos estratégicos que, en el caso de la banca, obligan a cuestionar la vigencia del modelo de regulación del que Europa se dotó tras la crisis financiera. La impresión general es que, superadas las dificultades iniciales y la depuración del sistema, que en España supuso el final de las cajas de ahorro, gracias a ese modelo, basado en requerimientos crecientes de capital, la banca europea consiguió recuperar su solidez y solvencia, además de los buenos resultados y reducir la morosidad. Lo que se cuestiona ahora es si el capital puede seguir siendo el principal argumento defensivo frente, por un lado, a los nuevos retos que plantean la innovación financiera y tecnológica y, por otro, al riesgo de desestabilización financiera procedente de la desregulación en Estados Unidos, además de la incertidumbre derivada de los cambios de opinión de Trump sobre cuestiones estratégicas.

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