Tribuna económica
Manuel Alejandro Hidalgo
Cuando el territorio importa
Tribuna económica
Cuando hablamos de impulsar el crecimiento económico de una región como Andalucía, con sus más de 8,7 millones de habitantes repartidos en 87.597 kilómetros cuadrados, tendemos a pensar en grandes planes que beneficien a todos por igual. Suena justo. Suena políticamente correcto. Sin embargo, este enfoque del café para todos es una de las principales razones por las que muchas políticas de desarrollo fracasan y no logran a largo plazo el aumento de la renta per cápita de nuestra región.
Andalucía no es un territorio homogéneo. Es más bien un archipiélago económico: tenemos el polo aeroespacial de Sevilla y Cádiz, el ecosistema tecnológico de Málaga, la agricultura intensiva de Almería, el hub químico y de hidrógeno verde de Huelva, la industria oleica en Jaén, los centros turísticos o la industria naval gaditana. Cada uno de estos territorios tiene sus propias fortalezas, desafíos y oportunidades. Aplicar la misma receta a ellos es ineficaz ycontraproducente.
Las teorías económicas más sólidas nos lo demuestran: la actividad económica tiende naturalmente a concentrarse en ciertos lugares. Esta aglomeración no es un problema, es una oportunidad. Los clústeres industriales generan sinergias, atraen talento, fomentan la innovación y crean ventajas competitivas difíciles de replicar. Intentar luchar contra esta realidad distribuyendo recursos de forma uniforme es como sembrar en todos los terrenos sin distinguir cuál es el más fértil.
La clave está en la precisión quirúrgica: identificar dónde están nuestros polos de excelencia y apostar decididamente por ellos con políticas específicas. Esto no significa abandonar al resto del territorio. Al contrario, requiere políticas de compensación territorial que eviten que las zonas menos dinámicas queden atrás, pero sin caer en la trampa de la dispersión de recursos. Regiones exitosas como el País Vasco, Baviera o Lombardía lo han entendido: han construido su prosperidad potenciando sus fortalezas territoriales específicas, no diluyendo esfuerzos en intentar que todos los lugares hagan lo mismo.
Para Andalucía, esto significa asumir que no todos los territorios jugarán el mismo papel en nuestra economía, pero todos pueden contribuir desde sus propias ventajas competitivas. El desafío no es igualar, sino articular; no es homogeneizar, sino conectar estos polos de excelencia entre sí y con el mundo.
El desarrollo económico real no se construye desde arriba con un único molde, sino desde abajo, reconociendo y potenciando la diversidad que hace única a cada zona de nuestro territorio.
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