El verano

Tribuna económica

Una persona en el interior de un laberinto / Efe

Sevilla, 22 de agosto 2025 - 06:31

Desde la antigüedad, los laberintos han fascinado a escritores y pensadores. No son simples construcciones de piedra o vegetación: representan la complejidad de la existencia, los caminos que se cruzan, los pasillos que parecen no tener salida y los rincones oscuros donde aguardamos descubrir algo de nosotros mismos. Cada vida se asemeja a un laberinto que se transita sin mapa, tanteando posibilidades y rectificando pasos. El tiempo de verano puede ayudarnos a reflexionar sobre la mejor forma de recorrerlo.

El mito de Teseo puede servirnos para esto. Para enfrentarse al Minotauro, Teseo contó en el laberinto con dos armas muy distintas: un hilo, entregado por Ariadna, y un hacha. El primero le permitió no perderse, recordar el camino de vuelta; el segundo, vencer a la bestia y abrirse paso. Vista en clave simbólica, la enseñanza es poderosa: el hilo representa la memoria, la capacidad de no olvidar quiénes somos ni de dónde venimos; el hacha encarna la voluntad, la fuerza para avanzar incluso cuando el trayecto es incierto o doloroso.

El verano, al suspender la prisa de la rutina, permite mirarnos con mayor claridad y reconocer las sendas que hemos tomado sin pensarlas, las que dejamos atrás por miedo o por cansancio o las que siguen abiertas y nos piden paso. La pena es que en muchas ocasiones utilizamos el verano para huir, en vez de darnos ocasión para encontrar el hilo que nos devuelve a lo esencial y el hacha que nos otorga el coraje de cambiar lo que pide ser cambiado.

Memoria y voluntad, pero también las palabras de Kant pueden orientarnos: “dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”. Contemplar las estrellas es un gesto tan sencillo como radical: sentir nuestra pequeñez frente a lo infinito y, al mismo tiempo, nuestra grandeza, al poder alzar la vista y apreciarlo. Escuchar la ley moral dentro de nosotros nos compromete con las decisiones que adoptamos en el laberinto cotidiano, tomando conciencia de que la escasez, el dolor y la violencia sigue marcando la vida de tantos.

El verano no es solo descanso: es una oportunidad de observar nuestra posición en el laberinto vital, con un recuerdo de nuestro pasado y una voluntad más firme de hacia dónde queremos ir. Cuando regrese el ritmo habitual, conviene recordar esta doble lección: que no somos dueños del universo, apenas pasajeros temporales bajo un cielo inabarcable, y que esa brevedad se ennoblece si está guiada por la responsabilidad hacia los demás. Solo así el paréntesis veraniego habrá servido para ensanchar nuestra vida y mejorarnos.

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