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Miguel Ángel Noceda
Una reunión en Alaska
Una reunión en Alaska. Así, en crudo, parece el título de una novela negra con reminiscencias de la Guerra Fría. Es posible, incluso, que el encuentro que este viernes han celebrado los líderes de Estados Unidos y Rusia en aquella esquina del planeta haya tenido un trasfondo con tintes policiacos propios de una obra de John Le Carré. Se trataba de alcanzar un acuerdo sobre Ucrania y todo el mundo había puesto la atención en ella por la enorme trascendencia que, más allá del fin del conflicto bélico, pudiera tener sobre la economía global. Ese era el efecto bilateral más contemplado.
Existían pocas dudas de que tanto Donald Trump como Vladímir Putin escenificarían la reunión (una gran alfombra roja al pie del avión, recibimiento por parte del mandatario estadounidense en la escalerilla, traslado en el coche oficial sin testigos...) y los acuerdos o falta de acuerdos tratados en la base militar de las afueras de Anchorage; pero lo que es seguro es que la reunión y sus consecuencias mantendrán durante un tiempo en vilo al resto de países por la repercusión que pueden tener en las economías.
Se esperaba un encuentro largo, aunque Trump había vaticinado que bastarían unos pocos minutos para saber si Putin iba en serio o simplemente a hacerse la foto. A juzgar por las dos horas y media que duró, se puede colegir que se habló de algo más que de la foto, pero no suficiente como para desarrollar decisiones de calado, lo que habría llevado a las seis o siete horas que vaticinaban en Moscú. No obstante, haber llegado a territorio de Estados Unidos ya era, de por sí, un verdadero triunfo para el mandatario ruso, sobre el que pende una orden de arresto por crímenes de guerra desde 2023. Para Trump, haber logrado acuerdos, habría sido un avance para consolidar su candidatura a premio Nobel de la Paz, por el que parece obsesionado.
Pero solo se oyeron buenas palabras y pocos hechos palpables que hablaran de alto el fuego. Y por “muy productivos” que hayan sido los intercambios, Putin no ha cedido ni ha dado muestras de que vaya a ceder y Trump debe esperar. Washington había querido rebajar las expectativas calificando el encuentro como “una toma de contacto” o “ejercicio de escucha” para tomar más tarde las decisiones con la participación del dirigente ucraniano Volodímir Zelenski, escéptico expectante en la lejanía de su país al que Trump se comprometió a llamar para explicarle los pormenores.
Está en juego el intercambio de territorios. Putin quiere la totalidad de las cuatro provincias que ocupa parcialmente desde 2022, pero el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, rechaza cualquier concesión, que de haberla tendría que decidirse en referéndum. Putin lo quiere todo y si no cede en algunos aspectos, Trump tendrá que decidir si aplica su amenaza de elevar aranceles con la que viene amagando.
Trump, según aseguró en las pocas palabras que intercambió con la prensa destacada en Anchorage, iba a llamar también a los líderes europeos, que se han sentido ninguneados en estas negociaciones pese a haber estado muy activos en el aislamiento de Rusia y están muy pendientes de lo que significan las palabras de Trump sobre que “se han acordado muchos puntos, solo quedan muy pocos”, que dejan la incógnita de si afectan al comercio internacional. Para Europa, y para el resto del mundo, es importante saber si han podido pactar bajo cuerda la posibilidad de explotación conjunta de campos energéticos en el Ártico, que parece interesarle mucho a Trump, o desarrollar acuerdos comerciales. El fin de la guerra despejaría esas incógnitas.
Para Europa es trascendental porque su economía sigue dando muestras de debilidad. Los datos difundidos el jueves por Eurostat, la oficina de estadística de la Unión Europea, confirman que la incertidumbre desatada por la guerra arancelaria está teniendo impacto en la actividad económica. El PIB de la zona euro solo creció un 0,1% en el segundo trimestre del año, cinco puntos porcentuales menos que el experimentado en el primero. El pinchazo también se refleja en el conjunto de la UE, en la que el PIB aumentó el 0,2% frente al 0,5% del trimestre anterior.
Es decir, el estancamiento amenaza a la economía europea, con Alemania, que representa la cuarta parte del PIB de la región, en cifras negativas: un -0,1% en el citado periodo tras haber crecido un 0,3% en el primer trimestre. El mismo retroceso ha tenido Italia. Francia y España, sin embargo, mantuvieron el signo positivo. La economía francesa, con un 0,3%, y la española, que continúa a la cabeza del crecimiento comunitario, con un 0,7%, mejorando una décima el experimentado entre enero y marzo.
Los datos (europeos, no los españoles) no dejan de ser desalentadores y ponen en solfa el pacto comercial que alcanzó la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von Layen, con Trump, ya criticado en su momento por varios países de la Unión. Para estos, el arancel del 15% sobre productos comunitarios, además de 750.000 millones de dólares en compra energéticas a Estados Unidos y otros 600.000 millones en inversiones en el país norteamericano, no resultaba desde luego un plato de buen gusto. Sobre todo, porque Trump no ofrecía nada y amenazó con elevar el gravamen al 35% si la UE no cumple lo pactado.
Un recurso con retardo
Con un mes de retraso se ha sabido que el BBVA presentó recurso sobre las condiciones que el Gobierno impuso a la compra del Banco Sabadell el 24 de junio. Se especulaba entonces que lo haría dentro del plazo que expiraba el 24 de septiembre; pero, tras los amagos, incluso de retirada, no sorprende que la entidad presidida por Carlos Torres Vila lo tuviera oculto. No obstante, la decisión da más morbo a la larga marcha de la opa.
La guerra del fútbol por TV
Ha comenzado la liga de fútbol y, con ella, se ha vuelto a poner en auge las retransmisiones de los partidos, para lo que existen diferentes propuestas. Movistar y Dazn tienen los derechos televisivos de LaLiga hasta 2027, pero son la plataforma de Telefónica y Orange las únicas opciones que ofrecerán al completo todos los partidos.
Diageo se adapta
La tendencia a la baja del consumo de alcohol, que se produce en todo el mundo, ha llevado a la multinacional británica Diageo (Johnnie Walker, Smirnoff, J&B, Don Julio, Tanqueray...) a plantearse la estrategia. Esta pasa por las bebidas sin alcohol; pero también por potenciar su presencia en bebidas de lujo, con precios más caros, cuyo consumo se mantiene o crece.
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